UNA FAMILIA “NORMAL”
La familia Puccio completa (1980): (arriba) Alejandro, Silvia y Daniel; (abajo) Guillermo, Epifanía, Arquímedes y Adriana |
Alejandro en pleno juego para el CASI. |
Alex –en el medio– con la Selección de Los Pumas a su regreso de la gira por Sudáfrica (abril 1982) |
Muchos periodistas en la actualidad lo consideran “una estrella” de este deporte pues integró la Selección Nacional (Los Pumas), y jugó algunos partidos muy notorios [2]. Pero lo cierto es que, en aquella época, de quien más se hablaba era de Hugo Porta (ver nota 6). La familia entera concurría a misa todos los domingos a las 11 hs., en la Catedral de San Isidro, a pocos metros de la casona.
Frente de la casa Puccio, poco después de la captura de "El Clan" |
Su fastuosa sala de estar amueblada, según Rómulo Puccio con muebles, obras de arte y antigûedades que su hermano se llevara del departemento de sus padres, luego de su muerte. |
Arquímedes no era muy bien visto por sus vecinos: siempre taciturno, con mirada escudriñante, de escasa estatura, rollizo, calvo y algo desagradable en su manera de hablar. Lo apodaban “el loco de la escoba” por su manía de barrer la vereda a toda hora, la suya y la de enfrente; también lo llamaban “Cu-Cú” porque se asomaba continuamente desde el portón de su casa para ver “qué pasaba”. Es importante señalar que el gran portón de hierro era el único acceso a la casa, la cual se halla retirada de la línea de edificación y posee un amplio patio como espacio para guardar al menos dos autos. Pero esta extraña actitud no era sólo una manía y/u obsesión por la limpieza: de esa manera Arquímedes “controlaba” su cuadra y, posteriormente también controlaría si “algún ruido” de la casa se escuchaba desde el exterior. Su esposa, Epifanía, tampoco era muy aceptada en la elitista ciudad y sólo recibía un trato meramente cordial por su cargo de profesora en el colegio religioso. Siguiendo a Palacios, según Rómulo Puccio: “Cuando se casó con Epifanía, todos sus amigos se apartaron de él, Epifanía tenía muy mala fama, mujer ligera y muy engreída (...)”.
Parte exterior de la casa donde se aprecia la escalera exterior que conduce a la planta superior (© Ed. Atlántida, Rev. "Gente"). |
Pero volvamos a la génesis de "El Clan". Luego de conocerse entre sí, Arquímedes,
Fernández Laborda, Díaz y Franco se reunían asiduamente en la casona: primero
en forma social (para “integrarlos” a la familia) y luego en el despacho de
Arquímedes donde, a puertas cerradas, delineaban su accionar criminal. Es
importante señalar, según declaraciones de Fernández Laborda y Díaz, tanto en
sede judicial como a Palacios, ninguno podía discutir y/o plantear algún cambio a lo que "el jefe" imponía
al resto, salvo Franco, el único al que Arquímedes consultaba. La jueza Servini de Cubría –a quien me referiré en extenso más
adelante– declaró a una revista que Puccio era obsesivamente metódico y todo,
absolutamente todo, lo escribía en forma compulsiva [3].
Es fácil deducir que tanto Díaz (el más corpulento) como
Fernández Laborda eran considerados como “mano de obra” sin voz ni voto. Franco era más respetado por Puccio, pero por pura conveniencia: sus
contactos políticos, policiales y militares [4].
RICARDO MANOUKIAN
La primera víctima de “El Clan” fue un joven de 24 años, Ricardo Manoukian, jugador
de rugby del club Pueyrredón, quien
fue secuestrado el 22/7/82, en horas del mediodía. Palacios afirma que lo determinó Arquímedes pero, desde mi
punto de vista, no lo creo así. Alex conocía muy bien a Ricardo y es casi certero que, a pedido de su padre, se
lo “marcó por tener plata”, pues no quedaron dudas de que fue él quien lo
entregó [5].
En cuando al modo en que se llevó a cabo el
secuestro, algunos periodistas –y el propio Palacios–
afirman que fue llevado “en una camioneta conducida por Daniel”, pero esto es inexacto pues éste regresó al país tiempo después –1985– por pedido expreso de su padre; estaba
en Nueva Zelanda (y no en Australia como afirma Palacios), jugando al rugby y trabajando en una granja [6]. Asimismo, Alejandro había comenzado a mostrar ciertas reticencias en contra del
accionar de su padre, aunque el dinero de
los rescates lo recibía sin remilgos y continuaba con su “vida normal” y
luego participó, aunque no en forma tan decisiva, en los dos eventos
posteriores.
No obstante, también existieron otras dudas sobre
este modus operandi: algunos afirman
que lo interceptaron, pero la versión más veraz fue brindada por Roberto Díaz
luego de ser detenido: fue Alejandro quien
hizo señas a Ricardo para que se detuviera –esto reafirma su vinculación
previa– y en ese momento fue llevado a cabo el delito; Manoukian, encapuchado,
golpeado y sometido, fue subido a un auto (un Ford Falcon rojo que pertenecía al Cnel. -R- Franco), conducido por Fernández Laborda, el cual fue seguido por el de la familia Puccio (igual marca, color gris), donde estaban Arquímedes
y Franco. Una vez sometido el joven, por los también “encapuchados”, Alex salió del auto de Ricardo, y subió al familiar (Fernández Laborda se unió a Puccio y Franco) y llegó antes a la casona para abrir el portón. En cuanto
al vehículo de Ricardo, no he podido hallar información sobre si fue o no hallado
en ese entonces o después.
Pero
¿por qué es importante marcar bien estas circunstancias respecto de Ricardo
Manoukian? Todo conduce al trágico pasado familiar: el 24/5/71, uno de los
supermercados de la cadena de la cual la familia era propietaria, fue objeto de
un violento robo a manos de uno de los más peligrosos delincuentes convictos en
Argentina: Carlos Robledo Puch, quien, junto con su cómplice Ibáñez y luego de
tomar el dinero, asesinó a balazos al sereno que estaba durmiendo y, en 1973,
uno de los tíos de Ricardo fue secuestrado y asesinado [7].
Los dos hermanos –Guillermo y Ricardo– había hecho un curso “antisecuestros” en
EE.UU. y el joven tenía un auto blindado. Aun así cayó en la trampa: conocía a Alejandro –y confió en él–, de lo contrario resulta totalmente imposible que Ricardo se hubiera detenido.
Por ser el primero de los secuestros
extorsivos, al joven lo metieron dentro de la bañera del cuarto de baño de la planta alta de
la casa, al lado del dormitorio de Alejandro [8]. Resulta difícil de creer que nadie de su familia –su esposa, su hija Silvia (22 años) y/o su hijo Guillermo (19)– se
dieran cuenta de nada ¿no? Descarto a Adriana que sólo tenía 12 años. Arquímedes, Díaz, Fernández Laborda y Alejandro se ocupaban de "atenderlo".
Asimismo Arquímedes, desde teléfonos públicos,
llamaba a la familia para pedir un rescate de U$ 250.000 [9].
Los Manoukian solicitaron una prueba de vida y le hicieron llegar una carta manuscrita
de Ricardo que les decía que “estaba bien y les pedía que pagaran”. En realidad
estuvo atado de pies y manos, arrodillado
en la bañera durante 11 días. Para entregar el rescate, Puccio sometió a la
familia a una tortura psicológica asfixiante, que luego se convertiría en su MO sádico y perverso: los hacía recorrer
distancias considerables donde les dejaba instrucciones dentro de latas de gaseosa
y/o cerveza. Una vez recibido el rescate, las llamadas cesaron. Al día
siguiente del pago (2 de agosto) el joven Manoukian fue asesinado; según
declaraciones posteriores, los disparos fueron realizados por Fernández Laborda quien confesó haberlo hecho por orden de Arquímedes; si se piensa un
poco, de desde el principio, ese era el plan: de ninguna manera lo iban a dejar con vida: habría vinculado a su “amigo”
Alejandro, su hijo.
Igualmente existe otra versión en cuanto
a si Fernández Laborda fue el único ejecutor. Él, en una entrevista que dio a Palacios le dijo: “Te la hago corta. Yo le metí el segundo tiro,
el de remate. Lo habíamos arreglado así. Ya que había que matarlo, lo hacíamos
entre dos. No hubo tres tiros, sino dos. ¿Y el primero sabés de quién fue? Del
que más motivos tenía para matar a Manoukian (...). El primer tiro fue del
zopenco de Alejandro. Disparó él y luego yo. Pum (hace el gesto de disparar con el dedo índice). Puccio quería
que todos matáramos. Y Alejandro solo no se animaba” [10]. Retomaré este tema al final del presente.
Por su parte, Guillermo Manoukian, en un reportaje declaró: “Lo mataron
entre Alejandro, Laborda y Puccio. Un tiro cada uno. Era parte de ese pacto
asesino que tenían. Eso lo declara Laborda cuando confiesa. Sino no se explica
porque le dieron tres tiros en vez de uno. Al que más le convenía matar a mi
hermano era a Alejandro, porque estamos seguros de que él fue el que le hizo
señas para que parara el auto. De otro modo no hubiese frenado. Y eso también
lo dice Laborda. El canalla de Alejandro dijo que no conocía a mi hermano. No
eran amigos pero tenían una muy buena relación. Se cruzaban en los boliches,
sus novias eran amigas y hasta habían ido a navegar en el velero de mi hermano.
Cuando me lo crucé de casualidad en los Tribunales de San Isidro, lo encaré y
le pregunté por qué dijo que no lo conocía. Me respondió: «Es que mi abogado me
dice lo que tengo que decir». Terrible, me reconocía que su declaración era mentira.
Casi nos vamos a las manos” [11].
Me tomo el atrevimiento de analizar ambas declaraciones. Desde mi
humilde punto de vista, si la autopsia determinó que fueron tres los disparos,
Fernández Laborda “adorna” su declaración frente a Palacios, que se contradice con la
realizada en sede judicial, en la cual asumió la totalidad de los disparos que
pusieron fin a la vida del joven Manoukian- Entiendo que lo hace en un intento
de disminuir su responsabilidad y o al menos
compartirla con otro, aunque ello de poco le servía pues la condena, en su momento y
sobre la base de sus declaraciones y las de Díaz, lo señaló como el autor material del hecho. Esto indica, claramente, que estamos ante la
presencia de otro psicópata agresivo, que en las entrevistas posteriores que se
les realizan, buscan llamar la atención y enmascarar su verdadera
responsabilidad, algo que el lector puede apreciar claramente en las realizadas
a feroces asesinos en serie como Ted
Bundy o John W. Gacy, entre muchos otros.
En cuanto a la declaración del hermano quien, desde su dolor, también implica a Alejandro en el
homicidio y al propio Arquímedes, tampoco lo internalizo como certero. Este
último poseyó un grado de psicopatía agresiva y totalmente perversa –lo cual se
puede apreciar en el MO de esta
asociación ilícita asesina que lideraba en forma muy estricta (“marca de
objetivos”, condiciones de cautiverio de las víctimas, exacerbado maltrato
psicológico a las familias). No creo que
Arquímedes Puccio fuera el ejecutor de ninguno de los homicidios, ni tampoco Alejandro. De manera perversa involucró a su hijo
mayor en algunos de los secuestros seguidos de homicidios pero, casi sin lugar
a dudas, no iba a dejar que –eventualmente– pudiera ser acusado por ello.
Coincido con Palacios que denomina
a Arquímedes Puccio como “el asesino que nunca mató”, aunque le agregaría los
adjetivos de “feroz e implacable” y, en cierta medida, lo coloco a la altura de
Charles Manson por este mismo motivo.
Luego de este asesinato y con el dinero
del rescate, Arquímedes le dio a su hijo el dinero suficiente para que montara
un negocio en un local a pocos metros de su casa, lo cual resulta un
procedimiento de lógica pura puesto que, salvo la madre, ningún miembro de la familia tenía un trabajo rentado. Y otra especulación de lógica pura: ¿de dónde sacaría Alex tanto dinero –para el alquiler del local y su rubro muy costoso– si nunca trabajó? Así, con su negocio y su notoriedad local como jugador del CASI y, en su momento, de Los
Pumas, brindaba la fachada perfecta de “buen muchacho trabajador y
deportista” y le permitía ascender en la escala social, algo que desvelaba a sus padres,
sobre todo a su madre.
EDUARDO
AULET
El ingeniero industrial Eduardo Aulet de
24 años, también jugador de rugby del
SIC –San Isidro Club–, fue
secuestrado el 5/5/83; partió desde su casa en Barrio Norte en la Cdad. de
Buenos Aires hacia la fábrica que su padre, Florencio, había reabierto para él
luego de su matrimonio con Rogelia Pozzi, de 23 años, con quien
llevaba nueve meses de casados. Eduardo nunca llegó a destino; después de
mediodía un llamado a las oficinas de su padre confirmó el secuestro. Una voz
masculina le ordenó dirigirse hasta un árbol, rodeado de flores, ubicado en
Posadas y Callao donde encontraría las instrucciones que debía seguir. Allí, dentro
de un frasco de café, Florencio halló el documento de identidad de su hijo y
una carta escrita a máquina donde le exigían U$ 350.000 de rescate, suscripta
por el “Movimiento de Liberación Nacional”. Por la tarde recibió otro llamado
telefónico que se prolongó por espacio de quince minutos, en la cual “la voz
masculina” le reiteró la amenaza de matar a Eduardo si daba aviso a la policía y
le dieron más instrucciones para culminar con el “Operativo Rescate” –tal como el
propio Arquímedes denominaba el pago y la posterior “liberación”–.
Florencio Aulet negó tener esa suma en
efectivo y le dijo que no podría reunirla en tan poco tiempo; un amigo de la
familia, enterado de lo que había sucedido, avisó a un policía de su confianza,
quien concurrió a la casa de los Aulet para convencerlos de hacer la denuncia;
fue en vano. Se mantuvieron inflexibles y se negaron tajantemente; la
policía, finalmente, tuvo que intervenir de oficio sin la colaboración de la
familia. “Fue un error (...). Nos equivocamos (...) negamos todo, no hicimos la
denuncia. En estos casos siempre hay que avisar a la policía. Lo nuestro pudo
haber tenido otro final”, asegura Rogelia Pozzi, quien fuera la esposa de
Eduardo. Y no se equivoca en manera alguna; por la manera sádica –además de burda
y tosca– en que se Puccio se comunicaba y el tema de las “postas de información
en latas”, el grupo hubiera sido presa fácil para la policía, lo que quedó
demostrado en el último secuestro –se verá más adelante– en el cual sí se
hizo la denuncia [12].
Al otro día, Florencio Aulet tuvo que seguir
recogiendo mensajes en latas de cerveza o gaseosa; pero en la segunda “posta” había llegado observar una persona que lo vigilaba y que incluso lo siguió con la mirada; esta
conducta se repetiría a lo largo de varias de las postas.
Por la noche, telefónicamente, “se rebajó”
el pago a U$ 50.000 y, a medianoche, otro llamado, suspendió el “Operativo
Rescate”, supuestamente por la sospecha de que la policía podía estar
involucrada. Una semana después Arquímedes volvió a llamar, pero elevó el monto
a U$ 100.000. La esposa pidió una prueba de vida que le fue negada; sólo tenían
la carta y el documento de Eduardo que habían recibido el mismo día del secuestro.
El llamado final para la concreción del
pago se hizo a la casa de los padres de Rogelia. “Era el único que no estaba «pinchado»
por la policía y ellos lo sabían. Tan es así que me tuvieron al teléfono
cuarenta y cinco minutos. Se ve que tenían alguien que les informaba” [13],
recuerda. “Los amenacé durante toda la conversación. Les decía que podrían
pasar meses o años pero que si mataban a Eduardo los iba a hacer m...., que
eran unos hijos de p...”. Ella presentía que su marido no estaba bien y no se
equivocaba; finalmente, hubo acuerdo para
el pago del rescate; Rogelia recuerda con claridad lo sucedido ese día, y fue
con su padre a dejar el dinero. “Tenía mucho miedo. Pusimos el bolso con el
dinero a la vista en la luneta [14]
del [auto] como nos indicaron y partimos, pasadas las 10 de la noche, a la primera
de las postas. Me habían pedido que no manejara a más de 30 km/h, pero como el
velocímetro (...) no funcionaba y estaba muy ansiosa, sin darme cuenta conduje
a 90 (...). Por eso llegué a muchas de las postas antes que ellos. Incluso
llegué a ver cuando ponían las latitas con los mensajes”.
La primera la encontraron en la Av. Callao 1971, casi esquina Av. Santa Fe; allí pudieron ver a
una persona que los vigilaba. “Aquí empieza el Operativo Rescate” fue
el texto del mensaje que marcaba el inicio de una búsqueda macabra y tortuosa, La segunda tenían que encontrarla en la Facultad de Ingeniería en Av.
Paseo Colón y Estados Unidos, pero llegaron antes de que dejaran el mensaje. En
su declaración policial posterior el padre de Rogelia, Ernesto, dijo: “Vi pasar a una
persona del sexo masculino, joven, más bien alto, delgado, usaba campera de
nylon de color azul y pantalón jean que arrojó una lata (...) cerca de un
canasto que estaba debajo de un árbol y que luego se retiró corriendo”.Creo que es importante señalar que la descripción que hizo el Sr. Pozzi coincidía con la contextura física de Alejandro Puccio y llego a esta conclusión puesto que ninguno de los integrantes de "El Clan" era ni alto, ni joven. Justamente en esa lata encontraron el texto que los encaminaría hacia la Av. Pavón
al 2200, en el sur del Conurbano. Al cruzar el Puente Avellaneda que separa la
Capital de la Provincia de Buenos Aires, Ernesto Pozzi declaró que habían visto
un auto Ford Falcon de color rojo con
cuatro personas a bordo. La chapa era C 567.588”.
Y así siguieron durante la noche, padre e hija yendo de un lado a otro en forma frenética y, una vez más, vieron el mismo automóvil, pero con sólo dos personas. Por último, en la localidad de Lanús, ya dentro del sur del Conurbano, hallaron el último y sádico mensaje: “Ha llegado a feliz término” y le indicaba un lugar en las vías ferroviarias en donde debían dejar el dinero. Rogelia declaró que condujo tan rápido que se volvió a adelantar y tuvo que retomar el camino seis veces; fue en ese momento en que se cruzó con los dos autos de la banda de la misma marca y modelo, pero de diferente color: uno gris y otro rojo. Por último, de acuerdo a las indicaciones, dejaron el auto a una cuadra y el dinero en forma paralela a las vías del tren; les habían prometido que Eduardo estaría en el auto cuando regresaran. Era de madrugada y al regreso, Rogelia vio una silueta que, agazapada detrás de un árbol, salía en busca del dinero: era el mismo hombre que vieron en la primera posta de Santa Fe y Callao. Años después, en rueda de reconocimiento, ella lo identificaría sin dudas: “Era Alejandro Puccio”. Al llegar al auto, Eduardo no estaba y nunca más lo volvieron a ver; al día siguiente, realizaron la denuncia policial con todos los datos que tenían; el más preciso era el número de la placa del auto que vio Ernesto Pozzi; la policía –en ese entonces– era quien llevaba a cabo las investigaciones preliminares, que aquí denominamos “instrucción” pero... pertenecía al Cnel. (R) Franco y, por ende, no lo informaron al juez encargado de la causa.
Y así siguieron durante la noche, padre e hija yendo de un lado a otro en forma frenética y, una vez más, vieron el mismo automóvil, pero con sólo dos personas. Por último, en la localidad de Lanús, ya dentro del sur del Conurbano, hallaron el último y sádico mensaje: “Ha llegado a feliz término” y le indicaba un lugar en las vías ferroviarias en donde debían dejar el dinero. Rogelia declaró que condujo tan rápido que se volvió a adelantar y tuvo que retomar el camino seis veces; fue en ese momento en que se cruzó con los dos autos de la banda de la misma marca y modelo, pero de diferente color: uno gris y otro rojo. Por último, de acuerdo a las indicaciones, dejaron el auto a una cuadra y el dinero en forma paralela a las vías del tren; les habían prometido que Eduardo estaría en el auto cuando regresaran. Era de madrugada y al regreso, Rogelia vio una silueta que, agazapada detrás de un árbol, salía en busca del dinero: era el mismo hombre que vieron en la primera posta de Santa Fe y Callao. Años después, en rueda de reconocimiento, ella lo identificaría sin dudas: “Era Alejandro Puccio”. Al llegar al auto, Eduardo no estaba y nunca más lo volvieron a ver; al día siguiente, realizaron la denuncia policial con todos los datos que tenían; el más preciso era el número de la placa del auto que vio Ernesto Pozzi; la policía –en ese entonces– era quien llevaba a cabo las investigaciones preliminares, que aquí denominamos “instrucción” pero... pertenecía al Cnel. (R) Franco y, por ende, no lo informaron al juez encargado de la causa.
Luego de la captura de “El Clan”, en la
madrugada del 16/12/87, Roberto Díaz, uno de los detenidos, ante el
entonces juez federal Dr. Alberto D. Piotti, confesó la
participación de la banda tanto en el secuestro y asesinato de Eduardo Aulet como en el
de Ricardo Manoukian, y en el asesinato del empresario Emilio Naum, sucedido en
1984, que seguidamente se verá. Poco después, Fernández Laborda también expuso
lo que sabía.
Ante la justicia ambos declararon que fue Arquímedes Puccio quien determinó que el secuestro de Aulet lo concretaran Gustavo Adolfo Contepomi [15] –su “entregador”– y Fernández Laborda; lo “levantaron” en la esquina de Austria y Av. Del Libertador; el primero hizo señas a Eduardo, al fingir un encuentro casual. Cuando el ingeniero frenó y abrió la puerta del acompañante, Contepomi subió con Fernández Laborda a quien se lo presentó como la persona de la que le había hablado para hacer un negocio (detrás estaba Arquímedes con Franco con el automóvil de la familia). Poco después, sometido, dominado fue trasladado a dicho automóvil y con Fernández Laborda al volante lo trasladaron a la casona de los Puccio, en donde Alex se ocupó de abrir el portón. Arquímedes fue quien se encargó de "limpiar" las posibles huellas del auto, pero nunca se supo cómo se deshizo del vehículo. Al ser secuestrado de este modo, a cara descubierta, Aulet estuvo condenado a muerte desde el principio; el estilo siniestro de “El Clan”.
Ante la justicia ambos declararon que fue Arquímedes Puccio quien determinó que el secuestro de Aulet lo concretaran Gustavo Adolfo Contepomi [15] –su “entregador”– y Fernández Laborda; lo “levantaron” en la esquina de Austria y Av. Del Libertador; el primero hizo señas a Eduardo, al fingir un encuentro casual. Cuando el ingeniero frenó y abrió la puerta del acompañante, Contepomi subió con Fernández Laborda a quien se lo presentó como la persona de la que le había hablado para hacer un negocio (detrás estaba Arquímedes con Franco con el automóvil de la familia). Poco después, sometido, dominado fue trasladado a dicho automóvil y con Fernández Laborda al volante lo trasladaron a la casona de los Puccio, en donde Alex se ocupó de abrir el portón. Arquímedes fue quien se encargó de "limpiar" las posibles huellas del auto, pero nunca se supo cómo se deshizo del vehículo. Al ser secuestrado de este modo, a cara descubierta, Aulet estuvo condenado a muerte desde el principio; el estilo siniestro de “El Clan”.
Aulet fue colocado primero en el baño del piso superior, igual que Manoukian, y luego introducido en un gran armario que había justo enfrente del cuarto de
Alejandro. De las declaraciones judiciales se
desprende que Arquímedes Puccio, quien llevaba a cabo las negociaciones para el
cobro del rescate, se dio cuenta que este caso no sería "fácil": Eduardo
era claustrofóbico y, a pesar de la mordaza que le habían colocado, hacía
“demasiado ruido” y a esto se sumaba la lucha de la familia Aulet y la de su
esposa que no facilitaban el pago del rescate, Arquímedes decidió –pues, como dije, nadie
tenía voz ni voto en las reuniones de “El Clan”– deshacerse de la víctima y el
joven fue asesinado al día siguiente de
ser secuestrado.
En su confesión, Roberto Díaz relató que
Aulet fue sacado encapuchado, luego de que la Sra. Puccio y sus hijos menores
salieran para los colegios, por la escalera exterior de la casona, con las
manos atadas y colocado en el baúl –maletero– del automóvil del Cnel. (R) Franco
en el que iban Arquímedes Puccio, Díaz, Fernández Laborda y el militar
retirado. Se dirigieron hasta un terreno de Gral. Rodríguez, casi en el
límite exterior oeste del Conurbano. Díaz además declaró que el pozo en el
cual lo enterraron había sido cavado por el albañil Herculiano
Vilca –quien había realizado las refacciones en la casona luego de la mudanza
de los Puccio–, que Fernández Laborda le disparó y luego
le pasó el revólver a él para que lo rematara. Sin pensarlo, disparó a corta distancia
en la cabeza de Aulet “creo que dos o más veces”, afirmó; el cuerpo fue sacado
entre todos del baúl, lo tiraron al pozo, y lo taparon con la tierra que estaba
amontonada a los lados. “Me exigieron la prueba de fuego (...). Así estábamos
todos metidos en lo mismo”, dijo Díaz. Me remito a las Conclusiones, en donde me refiero a las “manos ejecutoras” de
los asesinatos.
Sin embargo, a pesar de haberlo
asesinado, Puccio continuó con las tratativas para el cobro del rescate, con
una sustancial “rebaja”; obviamente por ello no pudieron dar la prueba de vida
que pidió la familia. No obstante, los Aulet decidieron pagar igual, pero el
trágico final del joven ingeniero no pudo evitarse. Como dijera, la familia del joven y su esposa hicieron la
correspondiente denuncia con todos los hechos acaecidos pero “no se llegó a
ningún resultado” y el juez tuvo que cerrar la
causa, pues ni siquiera se encontró el cuerpo de Aulet.
Años más tarde, luego de la captura
d “El Clan” el juez Piotti reabrió el expediente y Díaz confirmó en su confesión ante
este magistrado que le “tocó participar del sistema de postas” y que colocó una
frente al frigorífico La Negra en
Avellaneda, la misma a la que hizo referencia Rogelia y donde fue encontrada la
última de las indicaciones. “Alejandro recorrió las postas con el padre y fue
quien recogió el dinero”, afirmó Díaz, lo que fue corroborado, como dije, en
rueda de reconocimiento por la esposa. Asimismo también señaló el lugar donde fue
asesinado y enterrado Aulet: un terreno ubicado en el km. 3 de la ruta
provincial Nº 24 del partido de Gral.Rodríguez, a unos 60 km de la Capital
Federal. Además identificó a Vilca, el albañil, de quien dijo que estuvo
presente el día del asesinato [16],
quien fue detenido la misma madrugada del 16/12/87 por orden del juez quien,
además, dispuso la inmediata búsqueda de los restos de Aulet.
Ambos detenidos fueron
trasladados para que mostraran el sitio exacto y el juez también dio aviso a su
viuda: “Cuando me avisaron no dudé en ir. Fue durísimo (...). Era de madrugada
y ni siquiera conocía bien el camino. Recuerdo que mientras manejaba no podía
parar de llorar”. Personal de Bomberos de la Policía Federal y del GER (Grupo Especial de
Rescate) participaron del operativo además de un grupo de antropólogos forenses.
Pero la tarea no fue fácil: mientras Díaz ubicó el lugar en una zona próxima a
una zanja paralela a un camino vecinal, Vilca señaló otro, ubicado a 600
metros. Luego de dos días, el 18 de
diciembre, se hallaron los restos de Aulet, con la ayuda de unos vecinos que
meses atrás habían visto a Vilca por la zona.
Ese mañana Rogelia llegó a Gral .Rodríguez justo en el momento en que comenzaron a desenterrar los restos de su
marido y el jefe del equipo de rescate salió a su encuentro, la contuvo y le
comunicó la novedad. Eduardo Aulet fue enterrado días después en el Cementerio
Alemán de la Ciudad de Buenos Aires [17],
luego de más de cuatro años de su terrible asesinato [18].
[1] Por su contextura robusta, baja
estatura y rostro ancho, en alusión directa a un personaje de dibujos animados
de la época, Maguila Gorila.
[2] Alex debutó en Los Pumas
el 6/10/79, en un partido contra Chile, en Santiago, su capital, el cual ganó
Argentina 34-15, por el Torneo Sudamericano. Pero “su popularidad” –reitero,
local– fue en abril del ’82 en Sudáfrica, nada menos que contra los Springboks, selección de dicho país, aunque
con ciertas particularidades. Todas las confederaciones de rugby del mundo le habían declarado el bloqueo a dicho país por el Apartheid, cruel sistema que segregaba a
los negros para que la minoría de blancos (10% de la población) mantuviera el
poder. Para saltear esa restricción, Los
Pumas suman al plantel a jugadores uruguayos, paraguayos y chilenos, y “se bautizaron” Sudamérica XV
y salen de gira. La artimaña funciona; pero, para la gran velada, contra los locales
los 15 titulares son argentinos y ganaron el partido 21-12 con tantos de Hugo Porta en una hazaña histórica. Y ahí, en el
césped del Free State Stadium, con el
14 en la espalda, estaba Alejandro Puccio, en su último partido con la celeste
y blanca.
[3] Ver artículo en Bibliografía general.
[3] Ver artículo en Bibliografía general.
[4] Siguiendo a Palacios, Rodolfo V. Franco, de 76 años,
era un coronel retirado; perteneció a la Caballería y fue pasado a retiro en
1955, tras el golpe que derrocó a Perón. En 1956, según sus dichos, participó
en el fallido golpe de la restauración peronista que encabezó el general Juan J.
Valle, quien fusilado por esto; Franco huyó a Uruguay, luego a Brasil y regresó en
1959. Además de su situación de retiro, estaba incapacitado: caminaba con
dificultad por una caída de un caballo y tuvo daños irreversibles en una pierna;
meses después, un envase con combustible le estalló cerca de las manos y perdió
gran parte de su motricidad. En el momento de su integración a “El Clan” no
podía usar armas, pero era quien las conseguía. Fue como un miembro “honorario”
del clan: brindaba consejos, ideas y su experiencia; no podía actuar por sí, pero
no por eso fue menos peligroso. Sus palabras y sus contactos lo hacían imprescindible y revestía de impunidad a la banda, pues era él quien informaba si las familias de los secuestrados se contactaban, de algún modo, con la policía.
[5] Juan García Maglione, ex jugador
del CASI, declaró a la prensa:
“Alejandro estuvo en Punta del Este con Manoukian en una fiesta en un barco
donde también habían asistido jugadores de rugby
de otros clubes (...) Alejandro [lo] conocía (...)” (www.elequipo-deportea.com/rugby/3170/el-club-lo-quiso-manejar-puertas-adentro.html).
[6] Erick Albornoz, jugador de rugby del Belgrano Athletic Club, había
participado de una gira deportiva por Nueva Zelanda; a su regreso, trabajó en una agencia de turismo y
estudiaba en una universidad privada; en abril de 1981, en el inicio de la
Guerra de Malvinas, recibió una oferta para regresar a dicho país: “Buscaban un
central para un Club (...). Cuando llegué me comentaron que había un
argentino que jugaba en una intermedia, era un pilar. Ahí estaba Daniel Maguila Puccio (...). El presidente del
club tenía una granja, trabajamos (...) juntos (...) y jugábamos al rugby (...). Me decía: «mi viejo me
escribe, quiere que vuelva, que está por instalar un negocio». Se refería al
local náutico a que le pusieron a Alejandro”. Albornoz regresó a principios de
1983, pero Daniel Puccio lo hizo unos meses después (Diario "Uno", Entre Ríos, 13/9/15, www.unoentrerios.com.ar/laprovincia).
[7] Guillermo Manoukian relató: “En 1973 también
secuestraron a un hermano de mi padre. Lo devolvieron en 1974, y él tuvo una
especie de Síndrome de Estocolmo y entró en relación con la persona que lo
cuidaba. Cuando lo liberaron, empezó a buscar a quienes habían sido. Se ve que
esa gente se enteró de que estaba cerca de ubicarlos y fueron hasta su casa,
intentaron secuestrarlo nuevamente en el momento en el que salía y, en el
forcejeo, recibió un tiro debajo del brazo, que le provocó la muerte camino a
la clínica” (ver nota de Magdalena Ruiz Guiñazú, en la Bibliografía general). Según declaraciones de Díaz a Palacios, Arquímedes Puccio también estuvo
implicado en estos delitos.
[8] Para que el lector tenga una
idea de la distribución de la casa: en la planta baja estaban los
cuartos del matrimonio y de las dos hijas y el hijo menor, además de un baño,
la cocina, el comedor y un amplio patio, donde podían guardarse hasta dos
autos, con una escalera que comunicaba directamente con la planta alta. Allí
estaban los cuartos de Alejandro y Daniel, el despacho de Arquímedes, una sala
de reuniones, un hall y un amplio balcón.
[9] Otras fuentes indican U$
500.000; puede ser que esta haya sido la suma exigida inicialmente pero la
familia sólo logró reunir la mitad y eso fue lo que se pagó como rescate, según
los propios dichos de su hermano Guillermo Manoukian (www.perfil.com/sociedad/Para-los-familiares-de-victimas-de-los-Puccio-la-pelicula-sera-un-homenaje-20150809-0078.html).
[10] Palacios,
El Clan Puccio, cit. en la Bibliografía
general.
[11] Ver reportaje citado en nota 6..
[12] Ver artículo citado en la Bibliografía general.
[13] Aquí resulta obvia la decisiva
“colaboración” del Cnel. (R) Franco y sus conexiones militares y policiales.
[14] Vidrio trasero del auto.
[15] Según algunos periodistas, era
el “novio” de la abuela de Eduardo; otros, que era “amigo de un pariente” de
los Aulet; sea cual fuera la verdad, es totalmente evidente de que el joven lo
conocía muy bien.
[16] Vilca también, posteriormente,
construyó en el sótano una especie de calabozo para mantener a las futuras
víctimas, y no dentro del hábitat de la familia, luego de los
“inconvenientes” que se le presentaron con el joven Aulet. Se supo que el costo
de esta construcción fue de U$ 100.000.
[17] Ese día Rogelia fue sumamente
contenida por el jefe del equipo de rescate, quien hoy es su actual marido;
tienen dos hijos, la mayor casi adolescente, compañera inseparable de su madre
compartió cada una de las novedades del caso, como si hubiese conocido a
Eduardo: “Hasta me llama[ban] los compañeros de colegio de mis hijos para darme
fuerzas”; no se debe olvidar que, hasta que se supo la verdad, pasaron más de
cuatro años, que se sumaron a unos cuantos más que llevaron los juicios,
sentencias y apelaciones de los miembros de “El Clan”.
[18] Luego de que se cerrara la causa
por falta de pruebas, Rogelia Pozzi estudió y se recibió de abogada para
seguir, en forma personal, todo lo referido al secuestro y –hasta 1987– desaparición de su esposo.
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