“Hago
un llamamiento a todas las personas inteligentes para que no crean todo
lo que
está siendo presentado acerca de Richard en los medios de comunicación.
(...) Creo
fervientemente que su inocencia será demostrada al mundo”.
Doreen Lioy, “esposa” de Richard
Ramirez.
I. INTRODUCCIÓN
A veces nos encontramos con asesinos
condenados por delitos atroces; y no me refiero exclusivamente a los asesinos
en serie, sino a todo aquel que sesga la vida de otro de manera alevosa y
cruel. Como sociedad, nos sentimos espantados, aterrados no sólo por el o los
crímenes en sí, sino también por el dolor que atraviesan las “otras” víctimas:
las familias y el entorno de los occisos que cargan con el peso y el
sufrimiento durante la investigación del delito y, además, el revivir los
últimos momentos de sus seres queridos durante sus procesos penales. No hay
condena que mitigue ese dolor.
No obstante ello, gran cantidad de
mujeres, en todo el mundo, se sienten “atraídas” por estos asesinos y/o
violadores (tanto de mujeres, como de hombres jóvenes, adolescentes y niños/as)
e incluso antes de sus respectivas condenas, asisten a sus juicios –donde generalmente
todos los horrores salen a la luz pública–, les envían –primero cartas de “comprensión
y ayuda” (antes por correo tradicional y actualmente por el electrónico) y
luego “surge el amor”– e, incluso, algunas incluso han llegado a casarse
con estos delincuentes condenados. Otras los conocen por visitas a la cárcel
donde tienen algún pariente encarcelado y otro grupo tuvieron o tienen contacto
personal con ellos como asistentes sociales, abogadas y aún voluntarias que se
ofrecen para ofrecer “paz espiritual” a los reclusos y también a través de
sitios de campaña de lucha contra la pena de muerte. Parece, al menos insólita
e increíble, esta atracción que algunas mujeres sienten por estos seres
violentos, a punto tal que algunos de estos delincuentes, de clara preferencia
homosexual (como John W. Gacy, Robert Berdella o Jeffrey Dahmer) recibieron
cartas con declaraciones de “amor” y/o propuestas de matrimonio por parte de
mujeres; Gacy llegó a casarse antes de ser ejecutado por la violación, tortura
y asesinato de 36 adolescentes y jóvenes de sexo masculino.
Bobby Lee Harris ©Benetton |
Según un artículo del periódico inglés
“The Guardian”, Ian Huntley, condenado a dos cadenas perpetuas por el asesinato
de las niñas Jessica Chapman y Holly Wells de 10 años en 2001, recibía paquetes
de correo de mujeres todos los días; asimismo más de 100 mujeres británicas
están comprometidas o casadas con hombres condenados a muerte en Estados
Unidos.
Hace tres años una camarera alemana
llamada Dagmar Polzin "se enamoró" de un asesino mientras esperaba en una parada
de autobús en Hamburgo, al ver su foto en un afiche publicitario en contra la
pena de muerte. Bobby Lee Harris, un hombre de Carolina del Norte con un
coeficiente intelectual de 75, estaba en el corredor de la muerte por apuñalar
hasta la muerte a su jefe durante un robo en un barco pesquero. La mujer quedó “abrumada”: “Fue algo en sus ojos (...) [vi] remordimiento, tristeza, me
sentí atraída y supe que era él”. Un año después Polzin y Harris estaban comprometidos
y ella se mudó a EE.UU. para vivir con la familia de su “novio”. En verdad resulta
sorprendente que, al ver la imagen Dagmar se “enamoró”. Igualmente y, gracias a
una nueva sentencia, su condena a muerte fue conmutada por prisión perpetua, pero
la boda con Dagmar nunca se realizó.
Los romances de prisión no parecen estar en peligro de extinción, y las
mujeres provienen de todos los sectores de la sociedad. Ilich Ramírez
Sánchez, conocido como Carlos El Chacal, condenado por terrorismo a
perpetuidad en Francia, se casó en 2001 con su abogada; el famoso hombre duro
de Glasgow Jimmy Boyle se casó con una psiquiatra que conoció en la
cárcel.
Se necesita un esfuerzo considerable para encontrar hombres en instalaciones
de máxima seguridad; muchas mujeres escribirán a un número de prisioneros antes
de que finalmente puedan hacer una conexión sostenible e, incluso, pueden
asumir trabajos voluntarios en la cárcel, o ir “a ciegas” a visitar a un
criminal del que sólo conocen su infame reputación.
II. ¿PERVERSIÓN,
SUBLIMACIÓN O DESORDEN MENTAL?
Si bien es importante señalar que estas
mujeres son mayoría, se han dado casos en algunos hombres con reclusas
violentas (ver más adelante el caso de Susan Atkins). Asimismo es usual escuchar que, al
tocarse este tema en particular, muchos periodistas hablan de “enclitofília”,
término acuñado a principios del siglo XX por el criminalista francés Edmond
Locard (1877-1966), al describir la atracción sentimental y sexual que algunas
mujeres sienten por los criminales famosos y,
muy especialmente, por los asesinos y maltratadores de mujeres. Enclitofilia
proviene del griego kleitos, que
significa amor a la fama y por las
personas famosas (lo cual también podría aplicarse a las mujeres que siguen
a las bandas musicales, los artistas, etc.); por ello, el término correcto para
definir esta conducta tan particular es hibristofília, o sea la atracción y amor que sienten ciertas
mujeres por los asesinos –en serie o no, teniendo en cuenta la notoriedad que
adquieran–, los violadores y agresores, a veces, con alto grado de sadismo.
Este
último término fue acuñado por primera vez por el psicólogo y sexólogo John
Money en los años 50 para categorizar lo que claramente definió como una patología,
la cual afectaba y afecta principalmente a mujeres heterosexuales. Teniendo en
cuenta que se trata de una atracción que pone en serio peligro la vida de uno
mismo y de los demás, nos encontramos ante una “filia” problemática cuanto
menos, que sí cumple los criterios para considerarse patológica. Esta conducta,
que normalmente resulta incomprensible; coincido en que podría tratarse de una
patología y la psicología lo encuadra en un fanatismo extremo, aunque no como
patología conductual. Algunos psicólogos
y/o psiquiatras lo consideran una parafilia, sin embargo no consta en el
listado que realiza el DSM V como
“genérica” ni “no genérica”; ergo no lo sería, en el sentido de trastorno y/o
desorden mental.
Sin dudas, las personas famosas atraen
una cantidad desproporcionada de atención debido al “glamour” que los rodea y
el deseo de algunas –¿muchas?– mujeres por gozar parte de esa “celebridad”. Más
adelante abordaré algunos casos muy particulares.
Pero ¿podría haber otras razones para
que tantas mujeres sean atraídas por criminales convictos? Isenberg sugiere que la sublimación o
subrrogación del asesinato, a veces, puede ser un factor motivador. Es más
fácil para los amantes de estos hombres pasar por alto la violencia si la han
considerado ellos mismos: “Incluso mientras ella niega su culpabilidad, es su
capacidad de asesinato lo que la atrae. Él actuó sobre su rabia (...). Nunca
podría actuar sobre su rabia [la de ella]. [Su] asesinato es [su] asesinato”,
dice la autora.
En mi humilde opinión, no coincido en
este punto con Isenberg; pero sí
para las conclusiones que ella obtiene respecto de que gran cantidad de estas
mujeres hibristofílicas poseen un historial de relaciones violentas. De esta
forma, el hombre encarcelado puede ser una estrategia conductual para las
mujeres que se sienten atraídas por los hombres violentos, lo que les evita ponerse en peligro físico real.
El fervor religioso es otra obvia motivación;
las iglesias evangélicas, en su mayoría, ponen mujeres en contacto con los
prisioneros y proporcionan una base para una intensa interacción emocional.
Pero ¡cuidado! el hecho de participar en actividades religiosas posee una
importancia fundamental para estos criminales, pues es uno de los tantos factores
que se tienen en cuenta para lograr beneficios carcelarios como así también, su
libertad condicional. No se debe olvidar que muchos de ellos son psicópatas y,
como tales, “maestros” de la manipulación y, asimismo, me permito agregar una
conclusión muy personal a la que he llegado luego de ver cientos de casos de
mujeres que forman pareja con hombres con historial de violencia, alcoholismo
y/u otro tipo de adicciones. Desde mi punto de vista, la mujer posee una fuerte
carga psicológica –fomentada por siglos de sumisión– por la cual desarrollarían
un síndrome atípico al que denomino “de redención”; en estos casos es usual
escucharlas decir: “conmigo no será así”; “va cambiar porque yo no le voy a dar
motivos”; “mi amor lo sanará”. De ninguna manera pienso que este “síndrome” se
daría en todos los casos: hay mujeres que han logrado la rehabilitación de
adicciones de sus parejas, pero no es lo usual.
Otro enfoque lo brinda la escritora
australiana Jacquelynne Willcox-Bailey
en una serie de entrevistas realizadas con mujeres australianas. Una de las
historias que relata es la referida a dos hermanas cristianas de mediana edad,
Avril y Rose, que dejaron matrimonios “largos y aburridos” por hombres encarcelados.
Uno de ellos había sido condenado por una serie de delitos menores de propiedad;
el otro, había asesinado a su esposa anterior. Este último se casó con Rose
quien dijo: “Tengo fe en que si eres genuino con el Señor, eres una nueva
persona. Muchas personas han dicho que debería estar preocupada por él, por lo
que hizo y por sus antecedentes Es bastante horrible y violento, pero no tengo
miedo”.
A pesar de la fe de las mujeres, ambas
relaciones terminaron trágicamente: una semana después de su liberación, Avril fue
asesinada por su marido, golpeada con un martillo hasta la muerte; Rose, por su
parte, logró salvar su vida a pesar de sufrir un feroz ataque de su nuevo esposo
–también con un martillo–, quien luego intentó cortarle una oreja y extraerle
sus dientes con una pinza; volvió a la cárcel. Un caso con alguna similitud,
aunque no con estos trágicos finales, lo trataré más adelante (ver párr. IV, 6). Pero no todos las hibristofílicas son admiradoras
pasivas (ver párr. IV, 4, en
referencia a Veronica Compton).
Asimismo habría que considerar que la
mayoría de los romances y matrimonios que surgen en las cárceles no son tan
extremos; la pregunta que nos hacemos es ¿cómo puede una mujer casarse con un
hombre que asesinó a su esposa y/o a toda su familia (padres, hijos)?. Creo que
no existe una explicación coherente o científica que pueda avalar alguna
respuesta.
En algunos otros casos, las mujeres son
decentes, bien intencionadas y es fácil ver por qué encuentran que sus
relaciones “funcionan”, al menos, por un tiempo. Sus novios o maridos pasan sus
días en actividades dentro de la cárcel; les envían cartas y poemas o las
llaman telefónicamente; son más complacientes y atentos que si estarían en el
exterior porque estas mujeres les envían dinero, pagan por su representación
legal y les dan la gran ventaja de un domicilio permanente para obtener la libertad
condicional. ¿Hablamos de manipulación emocional? Pues, rotundamente, sí. Las relaciones carcelarias poseen los
elementos intoxicantes presentes en cada romance; la primera descarga de endorfina
siempre implica un grado de transferencia; sólo
“se ve lo que se quiere ver”. Aplicado, por ejemplo, al caso de Dagmar Polzin
proyectó remordimiento en los ojos hinchados y “tristes” de Harris (¿qué otra
cara iba a poner para una publicidad de campaña en contra de la pena de muerte
a la que estaba condenado?).
Desde otro aspecto, la mujer con
compañeros encarcelados tiene un contacto limitado y no ir más allá de esta
etapa de cortejo; el intenso deseo de los demás nunca se traduce en lo
ordinario del sexo y el matrimonio. Pero, como dice el psicólogo clínico
Stuart Fischoff, el objeto amoroso es “casi irrelevante en este punto: es un
amante de los sueños, un miembro fantasma” y dicha proyección de la fantasía se
puede utilizar para desear lejos cualquier aspecto de la realidad. Las excusas
que las mujeres dan por los crímenes de su pareja operan como en todas las
demás relaciones: hacen lo que todos, a veces, hacemos cuando nos enfrentamos a
una información negativa sobre nuestros seres queridos: se niegan a creerlo.
En un sitio web dedicado a Richard Ramirez, quien fuera su esposa, Doreen Lioy,
declaró: “Hago un llamamiento a todas las personas inteligentes para que no
crean todo lo que está siendo presentado acerca de Richard en los medios de
comunicación. Los hechos de su caso en última instancia confirmarán que Richard
es un hombre condenado erróneamente. Creo fervientemente que su inocencia será
demostrada al mundo” (ver párr. IV, 1).
III. HISTORIAL
PSICOLÓGICO Y AMBIENTAL DE ESTE TIPO DE MUJERES. ¿QUÉ LAS MOTIVA?
Katherine Ramsland –aunque sólo
refiriéndose específicamente a los asesinos seriales como muchos otros
autores calificados en este tema y estos casos se dan en otros tipos de sujetos
violentos, agresivos y maltratadores–, en el artículo citado al final para la
Rev. “Psicology Today” afirma
que estas mujeres que se han casado con este tipo de asesinos han dado varias y
diferentes razones para ello. Algunas creen que pueden transformar a un hombre tan cruel y poderoso como un asesino
en serie. Otras «ven» al niño que alguna vez fue ese asesino fue una vez y tratan
de darle contención y sustento [y] unas
pocas esperaban compartir en el centro de
atención de la prensa o conseguir un acuerdo sobre [eventuales] libros o
películas. Entre las primeras citadas por Ramsland
se encuentra casi un 60% de estas mujeres: están convencidas que, con su
amor pueden cambiar su comportamiento y “convertirlos en hombre «buenos», tal
como lo afirmara anteriormente, aunque el fin de obtener “popularidad” y salir
de su anonimato lo cual también es un factor importante en las psiquis de estas
mujeres; asimismo se han dado casos en que establecen meras relaciones
románticas, sin contacto sexual. En este último caso se trataría, posiblemente,
de asesinos que se encuentran en el “corredor de la muerte” donde no se
permiten este tipo de visitas, o bien ellas mantienen esa abstinencia sexual, quizás
a causa de matrimonios abusivos anteriores.
Asimismo la renombrada psicóloga forense citada
establece la noción del “novio perfecto”: “Ella sabe dónde está en todo momento
y (...) que está pensando en ella. Aunque (...) puede afirmar que alguien la
ama, ella no tiene que soportar los problemas cotidianos involucrados en la
mayoría de las relaciones. No hay ropa para lavar, no tiene que cocinar para
él, ni tampoco posee responsabilidad alguna para con él. Puede alimentar [esta]
fantasía durante mucho tiempo. Estas esposas, a menudo, hacen sacrificios
significativos, a veces sentadas durante horas cada semana para esperar la
breve visita cara a cara en la cárcel; pueden dejar de trabajar o [abandonar a
sus] familias para estar cerca de su alma gemela, y sin duda van a gastar
dinero en él, tal vez todo lo que tienen” –ver los casos citados en el punto
anterior por Willcox-Bailey–,
incluso su propia vida o su integridad física. Asimismo, si bien se han dado
casos en el pasado, en mi país, recientemente, han ocurrido tres casos de
mujeres asesinadas por sus propias parejas durante sus visitas en la cárcel, en
las provs. de Salta, Tucumán y Córdoba (ver nota al final, Casos recientes en Argentina. Cabe aclarar que los tres sujetos se hallaban condenados por el asesinato de sus parejas
anteriores y dos de ellos –los dos últimos– se suicidaron).
Asimismo, y teniendo en cuenta a Ramsland y Isenberg, resulta altamente posible que estas mujeres hayan
sufrido infancias y/o adolescencias con abusos de algún tipo y/o una crianza
deficiente (ver punto 4, 2, acerca de “Verónica”), además de poseer muy baja
autoestima (ver íd. 1, acerca de Doreen Lioy).
Teniendo en cuenta la fuerte fantasía
que poseen acerca de “conseguir que él cambie”, entre los casos más extraños
que he estudiado, ha ocurrido con mujeres que pretenden este tipo de relación
con asesinos seriales homosexuales,
como dijera al principio. Esta situación iría más allá de toda comprensión
lógica, pero no es inusual que muchas mujeres pretendan “cambiar y/o curar” las
preferencias sexuales de determinado sujeto.
Siguiendo con Ramsland, el convicto ni siquiera debe ser “agradable” para que
una mujer de estas características se sienta atraída por él. La profesional
cita el caso de Henry Lee Lucas, quien tenía un solo ojo a raíz de un accidente
en su infancia, y tenía su “séquito” de admiradoras. A pesar de su supuesta
relación homosexual con el vagabundo Ottis Toole (su “socio” en algunos de sus
asesinatos), una mujer casada incluso llegó a idear un complot para liberarlo,
posando como su ex novia (Frieda Becky
Powell, sobrina de Toole y con cierta discapacidad mental) supuestamente asesinada
por Lucas, quien había confesado haberla estrangulado y cortado en pedazos,
aunque luego se retractara de ello. La falta de evidencia física no pudo probar
con certeza este asesinato, pero la policía y los fiscales estaban convencidos
de su autoría.
Estas mujeres hibristofílicas no ven al
asesino como tal, sino como un hombre vulnerable que necesita contención, confianza
y amor, todo lo cual ellas pueden brindarles. De acuerdo a las estadísticas, se
encuentran en un rango de edad entre 30-40 años, aunque desde hace algún tiempo
este rango inicial tiende a bajar hasta los 20 años, lo cual ahondaría más en
los deseos de “fama o reconocimiento” de la mujer, lo que se verá en los casos
que se señalan en el último punto del presente.
Pete Kotz,
periodista, cita al profesor universitario Jack Levin, experto en asesinos en
serie, “la atracción podría ser simplemente por el fácil acceso a la «celebridad»
[las comillas me pertenecen]. Los reclusos, especialmente los que están [bajo
el régimen de] máxima seguridad tienen muy poco que hacer, tienen mucho tiempo
para corresponderles. A diferencia de otras celebridades, ellos aprecian la
atención. Y si usted es una mujer hambrienta de atención hacia usted misma,
puede conseguir una extraña muestra de afecto. «Si hubieran escrito a una
estrella del rock, hubieran tenido suerte si habrían recibido una postal
escrita por computadora. [En estos casos] (...) ellas, incluso, obtienen
propuestas», citando a Levin. Y a mayor abundamiento el propio Levin, en un
artículo de 2002 acerca de los hasta ese momento desconocidos francotiradores
del área de Washington –junto con James A. Fox– responsabiliza directamente a
la prensa de esta categoría de “celebridad” para este tipo de asesinos: “Junto
con el sociólogo Jason Mazaik, hemos completado (...) un análisis de los
primeros 25 años de la revista «People» (...) casi 1.300 ejemplares, como un
barómetro de los cambios en la cultura popular estadounidense. En su inicio en
1974, “People” destacaba a estrellas de Hollywood y destacados líderes de la política
y la ciencia. Pero el tema de la portada ha crecido, en forma reciente, significativamente
[en una forma] más negativa. Las historias recientes de cobertura cubren con
demasiada frecuencia el escándalo y el crimen. (...) presta especial atención a
criminales como Unabomber, Theodore
Kaczynski, el caníbal Jeffrey Dahmer (...) y el gurú davidiano David Koresh (...).
Dahmer, capturado en 1991, incluso estuvo entre la lista realizada [por esta
revista] de las 100 personas más intrigantes del siglo XX. Aunque Dahmer y
otros de su clase pueden admitir que son bastante intrigantes, apenas merecen
tal promoción. [Pero] no sería justo distinguir a “People”, a pesar de que
puede ser la publicación más conspicua dedicada a nuestra cultura popular. La
televisión es muy desvergonzada en su promoción de la infamia. La cadena «A&E», por ejemplo, rutinariamente
transmite las biografías de los asesinos, lo que plantea la pregunta retórica
de si el verdadero crimen se considera arte o entretenimiento.
La preocupación de Estados Unidos por
hacer de los monstruos una celebridad va mucho más allá de colocarlos en las
portadas de nuestras principales publicaciones o de narrar sus cobardes logros
en biografías de televisión y programas de revistas de noticias. Sus imágenes
también se pueden encontrar en (...) tarjetas, cómics, camisetas, calendarios y
figuras de acción para los niños. Sus pinturas artísticamente falidas se
compran y se venden por miles de dólares. Tienen sus propios sitios web, clubes de fans y fondos de defensa
legal. [Además] (...) son autores de libros populares que a veces contienen su
propia poesía y bocetos”.
Entonces, este carácter de “celebridad”
es brindado por la propia prensa y cala muy hondo en estas mujeres hambrientas
de atención, reconocimiento y autoestima. Pero también hay casos especiales. El infame Charles Manson (81) anunció su casamiento con una joven, Afton Elaine Burton (27), en 2014; pero, al año siguiente Charlie canceló la boda al enterarse de que ella sólo quería casarse con él para que, cuando muriera, poder estar en posesión de su cadáver y exhibirlo con una neta finalidad de lucro.
Vale como aclaración que, debido a la superpoblación que posee la
prisión de Corcoran, California, en 2014, la Junta de Libertad Condicional le
otorgó este beneficio a Manson debido a su avanzada edad (en ese entonces, 78)
y su deteriorado estado de salud. Esto provocó muchas reacciones adversas y
manifestaciones –algunas “de alegría” pero la mayoría en contra– y hasta el
momento no ha dejado la prisión. Actualmente se encuentra hospitalizado en
estado reservado por serios problemas cardíacos. [Culmina en la 2ª Parte.]
buenas tardes. en que fecha publicaste esta entrada de blog, te vamos a citar en una investigación que estamos haciendo sobre las mujeres que aman a criminales. gracias
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