“Un asesinato frente a 37 testigos y ninguno pidió ayuda” El caso "Genovese". 2ª Parte



Los vecinos de la mujer fueron vilipendiados por el artículo, pero decir que “treinta y ocho espectadores no hicieron nada” fue un concepto erróneo; la mayoría de los testigos sólo vio el primer ataque y no el segundo, salvo Sophia Farrar, quien salió de su apartamento luego de que el atacante se fuera (después declaró que su marido no la dejaba salir) y Karl Ross, quien temía los prejuicios policiales por su condición sexual y su alcoholismo.
El artículo del “New York Times” comenzaba así: “Por más de media hora treinta y ocho ciudadanos respetuosos de la ley y respetables en Queens vieron el acoso asesino y el apuñalamiento de una mujer en tres [sic] ataques separados en los jardines de Kew” (en el estacionamiento no la atacó). Sin embargo, un estudio de 2007 encontró que muchas de estas aseveraciones sobre el asesinato eran infundadas; ninguno de los testigos observó los ataques en su totalidad. Debido a la disposición del complejo y el hecho de que los ataques se llevaron a cabo en diferentes lugares, ningún testigo vio toda la secuencia de los acontecimientos.
La mayoría sólo había oído partes del incidente sin darse cuenta de su gravedad; algunos vieron sólo pequeñas fragmentos del asalto inicial, y ninguno vio el ataque final ni la violación en un pasillo exterior del edificio. Además, después del primer ataque, se comprobó que Moseley le perforó al menos un pulmón, por lo que resultaba poco probable que Genovese fuera capaz de continuar gritando con fuerza. Sólo un testigo, Joseph Fink, fue consciente de que fue apuñalada en el primer ataque, y sólo Karl Ross lo fue del segundo.

No obstante, la atención mediática con el asesinato Kitty Genovese llevó a la reforma del sistema de información telefónica de la policía de New York; el procedimiento, hasta ese entonces vigente, a menudo era hostil hacia las personas que llamaban –además de ineficiente– y redirigía los llamados a oficinas o lugares incorrectos. A partir de este lamentable suceso se creó el sistema autónomo de Emergencias “911”con recepcionistas capacitados para derivar cualquier evento (accidentes de cualquier tipo; problemas de salud; denuncias policiales, etc.).
Asimismo, la cobertura intensa de la prensa dio lugar a una investigación seria del “efecto espectador” por parte de psicólogos y sociólogos; además, algunas comunidades organizaron sus propios programas de vigilancia vecinal y también los moradores de determinados edificios hicieron algo similar con el fin de ayudar a sus moradores en presunto peligro.
Por el contrario, la reacción del público en general respecto de los asesinatos que ocurrían en el vecindario, aparentemente, no cambió. Según otro artículo del “The New York Times” del 28/12/74, o sea 10 años después del asesinato de Genovese, Sandra Zahler, de 25 años, fue golpeada hasta la muerte en la madrugada de Navidad en un apartamento de un edificio el cual estaba muy cerca del ataque sufrido por Kitty: una vez más los vecinos dijeron que escucharon gritos y “luchas feroces”... pero no hicieron nada.
El 3/3/14, en una entrevista radial Kevin Cook, el autor del libro “Kitty Genovese: El asesinato, los vecinos, el crimen que cambió América”, dijo: “Treinta y ocho testigos fue el relato que provino de la policía y esto marcó un punto en la historia. A lo largo de muchos meses de investigación, encontré un documento que era la recopilación de las primeras entrevistas. Por extraño que parezca, había 49 testigos. Quedé perplejo y por ello he añadido las mismas entradas. Algunas de ellas eran entrevistas con dos o tres personas [que] vivían en el mismo apartamento. Creo que algún funcionario acosado [por dar información] dio ese número al Comisionado, el cual se lo transmitió a Rosenthal y así entró en la historia moderna de América”.

Esta falta de reacción de numerosos vecinos que vieron u oyeron, de alguna manera, un ataque que culminó en un horrible homicidio provocó una investigación sobre la difusión –entendida como “dilución”– de la responsabilidad y el “efecto espectador”. Los psicólogos sociales John Darley y Bibb Latané comenzaron esta línea de investigación, que les mostró que, contrariamente a las expectativas comunes, cuanto mayor es el número de personas presentes ante un hecho de violencia, es menor la probabilidad de que alguien vaya a dar un paso adelante y ayude a una víctima, de la forma que sea. Entre las razones de esta conducta se encuentran: 1) que los espectadores ven que otros no están ayudando tampoco; 2) que “creen” que otros sabrán mejor cómo ayudar, y 3) que se sienten inseguros para auxiliar cuando otros están mirando. De esta forma, el “caso Genovese” se convirtió en un clásico de los libros de texto de la psicología social.
En septiembre de 2007, la revista “American Psychologist”, publicación oficial de la “American Psychological Association”, publicó un estudio sobre la base de los hechos en el tratamiento de la información en los manuales de psicología social del asesinato de Kitty Genovese. Los tres autores –Rachel Manning; Mark Levine y Alan Collins– concluyeron que la historia era más una parábola que un hecho en sí debido, en gran parte, a la inexacta cobertura periodística en el momento del incidente. Según los autores, “a pesar de esta falta de pruebas, la historia continúa en nuestra psicología social introductoria de los libros de texto (y, por tanto, en la mente de los futuros psicólogos sociales)”. Una interpretación que brindan de esta parábola es que el drama y la facilidad de la enseñanza de esta historia exagerada resultan más fáciles para los profesores con el fin de captar la atención y el interés de los estudiantes.
La psicóloga Frances Cherry ha sugerido que la interpretación del asesinato, como tema de intervención de los espectadores, es incompleta. Ella señala que las investigaciones adicionales, como la de Borofsky y Shotland, demostraron que la gente, sobre todo en ese momento, era poco probable que interviniera, si creyeran que un hombre estaba atacando a su esposa o novia y, va más allá pues sugiere –en forma simplista, desde mi punto de vista– que el problema podría ser entendido mejor en “términos de relaciones de poder macho/hembra”. No estoy de acuerdo en lo absoluto con esta “sugerencia”, pues varios de los testigos fueron mujeres y muchas de ellas impidieron que sus maridos llamaran a la policía “para no involucrarse”; otras por el miedo a un eventual ataque a ellas mismas –para el caso de tener que reconocer al atacante en sede policial y fallar en ese intento, por ejemplo– y otras por miedo al prejuicioso y habitual maltrato policial.
Para culminar esta historia Winston Moseley, a quien se le denegara por 13ª vez su libertad condicional en diciembre de 2013, a punto de cumplir sus 80 años (el 3 de marzo) es uno de los reclusos más ancianos en el estado de New York.


FUENTES: Cherry, F., The Stubborn Particulars of Social Psychology: Essays on the research process, Routledge, London, 1995; Gransberg, M., 37 Who Saw the Murder Didnʾt Call the Police, “The New York Times”, 27/3/64, p. 1; Lemann, N., A Call for Help. What the Kitty Genovese Story Really Means, “The New Yorker”, 10/3/14, en www.newyorker.com/magazine/2014/03/10/a-call-for-help; Manning, R.; Levine, M. & Collins, A., The Kitty Genovese Murder and the Social Psychology of Helping: the parable of the 38 witnesses, Rev. “American Psychologist”, American Psychological Association, sept. 2008, 62 (6): 555 (p/suscripción); NPR Staff, What Really Happened The Night Kitty Genovese Was Murdered?, NPR, 3/3/14, acceso en www.npr.org.

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