EL “CLAN PUCCIO”: CLAVES Y VERDADES PARA ENTENDER EL CASO POLICIAL QUE SACUDIÓ A UN PAÍS ENTERO (1982-1985)© Dra. Susana García Roversi 3ª PARTE

EMILIO NAUM



Emilio Naum, un empresario de 38 años muy conocido por Arquímedes Puccio, era el dueño de los conocidos locales de venta de ropa, perfumes y zapatos masculinos Mc Taylor y Mc Shoes en pleno centro de la Cdad. de Buenos Aires. El 22/6/84 iba en su automóvil de alta gama por las cercanías del Museo de Bellas Artes; “Milo”, así le decían, se había despedido temprano de su esposa Alicia Betti, para luego dejar a sus dos hijas en el colegio y se dirigía a su negocio. Nunca llegó y él, con un disparo en su pecho, fue hallado dentro de su auto al día siguiente en los bosques de Palermo.


Esa misma mañana, su esposa había salido y tomado el mismo camino que Emilio hacía para ir a su trabajo: “Sin saberlo pasé a pocos metros del lugar donde mi esposo había sido asesinado cobardemente”, escribiría luego en su libro “Aún así”, en el cual reflejó todos y cada uno de los dolorosos sentimientos que vivió. Al regresar a su casa, dos amigas la esperaban en la puerta y le hablaron de un posible secuestro; el cuerpo de su esposo, dentro de su auto, fue hallado a los pocos días. Alicia tomó conciencia que el entierro de su marido “no era un final. Era el principio de un verdadero calvario” [1].

Tras la tragedia sobrevendría la investigación; la policía iba y venía, se retiraban y volvían a preguntar, a punto tal que comenzaron a considerarla a ella misma como sospechosa. “Hoy pienso que nadie parece más culpable que un inocente, porque un inocente desconoce los recovecos de la intriga y no planea coartadas ni excusas. El culpable (...) sabe lo que ha hecho y por qué (...) puede fingir mejor. ¿Hay en los que hacen preguntas la capacidad suficiente como para distinguir a unos de los otros?”, reflexiona Alicia, que no puede borrar de su memoria una noche en la que los investigadores la llevaron al lugar del “hecho”, a la espera de su pretendida “confesión”. De ese modo todo quedaba “solucionado” con una falsa declaración de culpa arrancada a quien, en realidad, era una víctima. “No comprendo ese método de inquisición, pero lo padecí y afortunadamente no me condené a mi misma sólo para que me dejaran en paz”, escribió Alicia, quien tras la tragedia adelgazó hasta llegar a 41 kilos. No obstante, llegaría luego la decisión de hacerse cargo de los negocios de  su marido y la de buscar testigos para esclarecer su muerte, una búsqueda muy difícil, pero, a pesar de ello, obtuvo algunos resultados. En su investigación personal dio con una mujer que llegó a escuchar el grito de su esposo antes de morir: “¡¡Socorro, me matan!! ¡¡Ayúdenme!!”.

Pero no iba a terminar allí. Un mes después del crimen, recibió una misteriosa llamada telefónica: “Hola Alicia. Usted no me conoce, yo sí a usted [pausa]. Su marido me debía U$ 290.000. Pero ahora quiero 350.000, ¿estamos? No cometa la estupidez de decírselo a nadie. Corre riesgo su vida y la de sus dos hijas. La vamos a llamar nuevamente. Siga las instrucciones y no dé aviso a la Policía”. Alicia, desesperada, alcanzó a decir que sabía muy bien que su marido no le debía dinero a nadie... pero la comunicación se cortó. Era el despiadado y perverso Arquímedes Puccio quien, a pesar de que habían asesinado a Emilio, pretendía aún sacar provecho económico. Un ser despreciable.

Alicia entró en pánico; llevó sus hijas al jardín de su casa y juegó un rato con ellas pero, por dentro, estaba devastada; luego ingresó a su casa y llamó a un juez amigo de la familia: Abel Bonorino, quien le pidió que concurriera a su despacho de inmediato. Allí le presenta a dos oficiales del Departamento de Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal y ella relató la conversación y dijo que el hombre que llamó tenía el vocabulario y el tono de alguien de clase alta; los policías tomaron nota y luego la regresaron a su casa. Alicia temía a todos: secuestradores y policías pero sabía que no podía hacer otra cosa. La policía le ordenó que acordara el pago con su extorsionador y que ella sería la “carnada”; a las 11 de la noche sonó el teléfono; atendió y sabía que la comunicación debía ser lo más duradera posible para que la pudieran rastrear. “¿Señora de Naum? (...) Escúcheme una cosa, mañana a las 14, en uno de los baños del Automóvil Club Argentino, va a encontrar las instrucciones correspondientes. Sígalas”. Alicia suplicaba, le hacía preguntas, pero Puccio cortó.

Al otro día ella, luego de atender a sus hijas y llevarlas al colegio, le colocaron un micrófono oculto y salió hacia donde le habían indicado. De cerca, la seguían una pareja de policías encubiertos y otros, armados, la rodeaban disimuladamente. Al llegar al lugar indicado no había nada; los temores de Alicia se hicieron reales: era muy probable que de la propia policía hubiera filtrado la información (la “tarea” del Cnel. (R) Franco). La mujer regresó a su casa y tomó la decisión de irse del país con sus hijas; al otro día tomó un avión con sus hijas a Río de Janeiro. Nadie sabía de su exilio, pero en su casa, una empleada doméstica atendió el teléfono: del otro lado sonaba música brasilera. A los pocos meses regresó y retomó la actividad en los negocios de su marido; no se iba a dar por vencida aunque las amenazas continuaron.

Con la caída de “El Clan” en 1985 comenzaron a disiparse muchas dudas. Cuando se supo con certeza que el cabecilla de la banda era Arquímedes Puccio, los empleados de alto rango de Mc Taylor le informaron a Alicia que, en la escritura del local de la calle Florida, aquél figuraba como testaferro de los propietarios a quienes Emilio había comprado la propiedad. El padre de Milo  –que trabajaba con su hijo– también recordó que días antes del asesinato, Puccio había ido a Mc Taylor y hablado largamente con Emilio para “proponerle un negocio”: poner una sucursal en San Isidro y que su hijo Alex fuera el modelo de los anuncios. Como esto no le interesaba, Milo le pidió a su padre que lo siguiera atendiendo. Tras la confesión de Roberto Díaz, el juez Juan Carlos Cardinali anunció a la familia que la banda había sido la responsable del crimen. En ese momento cobró más sentido aquella visita de Arquímedes al negocio: “Quería estar el mayor tiempo posible frente a mi marido para que después, según los planes del secuestro, lo reconociera”, afirmó Alicia pues, según lo planeado por Puccio, sería él a quien lo luego “encontraría” en la calle y así se garantizaba que el empresario lo reconociera y se detuviera, lo cual lamentablemente se cumplió.

Los dichos de Díaz y Fernández Laborda permitieron corroborar algunas de las hipótesis sostenidas en la investigación inicial, dejadas a un lado para intentar la falsa confesión de su esposa; sólo en ese momento se pudieron poner nombres y apellidos a los autores del asesinato de Naum. Los encargados de interceptar al empresario fueron Arquímedes Puccio y Fernández Laborda: en otra simulación de un encuentro fortuito, el primero, le hizo señas a Naum que pasaba con su auto por la esquina del Museo Sanmartiniano, muy cerca de los bosques de Palermo. El Cnel. (R) Franco y Díaz los seguían de cerca en el Ford Falcon del primero; Puccio subió al auto de Naum y se sentó en el lado del acompañante, mientras que Fernández Laborda lo hizo en el asiento trasero. Una vez dentro, Puccio volvió sobre el tema del "negocio" y Emilio, esta vez, le dejó en claro que no le interesaba. Tras una discusión, Puccio confesó sus verdaderas intenciones: “te vamos a secuestrar” e intentó atarle las manos con una soga, pero Naum se resistía con fiereza. Fernández Laborda lo tenía tomado por el cuello y Díaz y Franco, al observar la escena, se bajaron del auto para ayudar. El ptimero se sumó a la lucha y el segundo entregó su arma para someterlo; en medio del fuerte forcejeo se produjo un disparo que impactó en el pecho de Naum quien murió instantáneamente. Díaz, Fernández Laborda y Franco huyeron rápidamente mientras Arquímedes limpió meticulosamente las huellas antes de dejar la escena del crimen en su propio auto.

Alicia Betti estuvo pendiente de todo lo que pasaba con la causa judicial y, en 1988, se presentó como querellante para continuar la lucha y se hiciera justicia.

El calabozo del sótano.
Como dijera, luego del secuestro y asesinato de Aulet, Puccio había mandado construir, en el sótano de la casona, un calabozo para alojar a sus futuras víctimas y se manejaron dos versiones sobre esto: una fue para que su esposa, su hijo menor Guillermo y sus hijas no se enteraran de lo que sucedía –aunque esto resulta algo difícil de creer–, mientras que otra versión indicó que lo hizo para tener un mejor acceso desde el exterior de la casa y, de esa manera, evitar la escalera externa. Fue construido por Herculiano Vilca, ya mencionado, y diseñado detalladamente por Puccio: se taparon las ventilaciones; las paredes se forraron con papel de diarios de la época; se colocó un catre para que los secuestrados estuvieran acostados y encadenados a las paredes de hormigón; un recipiente para que la víctima hiciera sus necesidades y llegaron a colocarse fardos húmedos de pasto, los cuales por medio de ventiladores ocultos, harían creer a las víctimas que estaban en pleno campo.

Acceso al sótano.

Me permito hacer algunos comentarios sobre la primera versión de pretendido supuesto ocultamiento al resto de su familia: tanto el joven Manoukian como Eduardo Aulet estuvieron cautivos –el primero, unos once días; el segundo, uno o dos– y alojados en el baño de la planta alta [2] ¿Ninguno escuchó absolutamente nada y/o vio alguna conducta inusual: sonidos, golpes, conversaciones? Esto es muy raro más si se tiene en cuenta que Guillermo, el hijo menor, en ese entonces de 20/21 años según la fecha de los secuestros, en algún momento de este lapso, se fue con su equipo de rugby de gira a Nueva Zelanda y nunca regresó ni se supo más nada de él. Es escasa la información que he hallado sobre este joven pero me permito especular: 1) Alejandro, su hermano mayor, comenzó a “trabajar” para su padre a los 24 años, y 2) Daniel –Maguila– regresó a la Argentina a fines de 1983, por insistencia de su padre, a los 25 años. ¿No es probable que Guillermo sospechara algo de lo que sucedía en su casa y de las raras conductas de su padre y su hermano Alex[3] De los secuestros seguramente estaba enterado por los medios pues ya no era un niño ¿habría sentido temor de que su padre lo envolviera en sus “negocios” nunca claros y que siempre proveían grandes cantidades de dinero a la familia? En mi entender estas preguntas podrían tener una respuesta afirmativa y tampoco descartaría que su padre le hubiera insinuado algo, teniendo en cuenta su edad y que el joven aprovechó su gira deportiva para irse y, de allí, la “urgencia” por el regreso de Daniel.

En un artículo publicado por la Rev. “Gente”, el cual incluye una extensa entrevista a la Dra. María R. Servini de Cubría, magistrada que puso fin a esta asociación criminal, se transcriben algunos párrafos “interesantes” de la correspondencia mantenida entre algunos miembros de la familia Puccio y su hijo Daniel, cuando vivía en Nueva Zelanda hasta principios de julio de 1985:

– Carta del 3/6/82 de Silvia Puccio: “A papá le están yendo las cosas muy bien; pronto habrá nuevas perspectivas para todos, pero hay que hacerlas bien y saber esperar”.
– Carta de 17/8/82 de Arquímedes Puccio: “El amigo Vilca hizo la mampara, logrando que el rincón se transformara en una oficina respetable (...).  Ahora se hará todo más fácil, teniendo infraestructura y pesos disponibles”.
– Carta del 24/8/82 de su amigo Hernán Ponce: “Tu viejo estuvo preguntando precios en una casa de antigüedades, para saber cuánto le saldría un juego de esas bolas con cadenas’ que se usaban en la Edad Media para sujetar esclavos””.

Camioneta utilitaria que Arquímedes le "regaló" a Daniel
(©Ed. Atlántida, Rev. "Gente")
Carta del 29/3/83 de Arquímedes Puccio: “Consideré que podríamos elegir un ramo más importante que el de rotisería (...). Tengo una pequeña reserva en dólares, situación que me permite maniobrar mientras estoy encargando otro negocio que considero saldrá perfectamente bien. Cuando uno estudia y planifica todos los aspectos de la inversión (…) quisiera que pudieras leer entre líneas. La situación del país está muy mal. (...) Dame un voto de confianza para que Dios no me permita defraudarte” [4]. Todas estas cartas fueron halladas en el allanamiento realizado a raíz del último secuestro y en el escritorio del despacho de Arquímedes quien guardaba, según la jueza, “cientos de escritos”. Finalmente, Daniel regresó en el mes de julio de 1985, y no había tiempo para perder: cena de bienvenida y al otro día a trabajar en el “negocio” de su padre quien le regaló una camioneta utilitaria. 


NÉLIDA BOLLINI DE PRADO


Nélida Bollini de Prado, de 58 años era viuda y dueña de una funeraria y de dos de las más grandes concesionarias Ford en la Argentina una concesionaria de autos ubicada en la ciudad de Llavallol, al sur del Conurbano; Díaz fue quien “marcó el objetivo” para Arquímedes [5]. La mujer fue secuestrada, en horas de la tarde, el 23/7/85, a una cuadra de su casa en Quito al 4300, en el barrio de Almagro en la Capital Federal. El debut criminal de Maguila fue en la “primera línea”: estaba en la camioneta con su padre, Díaz y Fernández Laborda. La pobre mujer fue quien “inauguró” el sótano mazmorra construido por Vilca, aunque se encontraba “listo y operativo” para el fallido secuestro de Emilio Naum.

A pocas horas de encerrar a la mujer, Arquímedes se comunicó telefónicamente con sus hijos y les exigió un rescate de $ 1.000.000 (pareciera que bajó las antiguas pretensiones en moneda extranjera; es probable que estuviera desesperado por dinero luego del fallido secuestro de Naum). No obstante, y por primera vez, los hijos dieron aviso a la policía la cual, por orden de la jueza María R. Servini de Cubría [6], intervino los teléfonos de los jóvenes además de los de las de la concesionarias y les daban indicaciones para dilatar, lo más posible, el pago del rescate pero sin poner en riesgo la vida de la mujer.


Arquímedes luego de su captura.
Dio resultado y finalmente, en la noche del 23/8/85, tras 32 días de cautiverio de la Sra. de Prado, una unidad de la División Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal Argentina, a cargo del Comis. Mario Fernández detuvo, en cercanías de la cancha del Club Atlético Huracán, en el barrio de Parque Patricios, en la Capital Federal a tres sujetos: Arquímedes Puccio, su hijo Daniel  y Guillermo Fernández Laborda; comenzaba la caída definitiva del “Clan”. En la campera de cuero que llevaba Daniel se encontró un papel arrugado con los números de teléfono de los hijos de la empresaria; habían concurrido a recoger el dinero solicitado como rescate pero esta vez no habían utilizado el perverso sistema de “postas”; Arquímedes se había tornado muy ansioso por la dilación del pago. Pero eso no significó que no continuara con sus manipulaciones perversas: “Mi casa está llena de dinamita. Si entran, van a volar en pedazos”, amenazó a los policías, en un vano intento por desviar la atención sobre su casa.

Vista en general del sótano de la casa Puccio.
Pero lo que él no sabía era que, al mismo tiempo, otro equipo de la Policía, acompañado por la jueza, se dirigía a la casa de Martín y Omar para allanarla y, de ser posible, hallar a la empresaria. Allí estaba Alejandro con su novia Mónica Sürvick mirando televisión, además de su madre y sus hermanas. Los policías irrumpieron por la fuerza y Mónica comenzó a gritar, al pensar que se trataba de un asalto. Alex intentaba tranquilizarla mientras los oficiales –vestidos de civil pero con apoyo externo de uniformados– recorrían toda la casa hasta que llegaron al sótano. Allí, en presencia de Alejandro, descubrieron un armario que ocultaba una puerta; al abrirla encontraron el calabozo y a la Sra. Bollini, en un camastro, atada con una cadena al tobillo y en un deplorable estado de salud física y mental.

Armario que tapaba la puerta del cababozo.
Según declaraciones de la propia jueza Servini de Cubría, el equipo policial que cubrió la captura de Arquímedes, Daniel y Fernández Laborda se comunicaron con ella: “Los tenemos, doctora. Tenemos a los tres detenidos”. “Me pasaron a buscar y fuimos a la casa, en la esquina de Martín y Omar y 25 de Mayo, San Isidro. La policía entró con violencia: no sabían qué podía pasar y la sorpresa era fundamental. A los cinco minutos me dicen: «Baje, doctora [del móvil policial]». Vi un patio grande, piezas que daban a ese patio. A la señora Bollini de Prado la habían subido del sótano y estaba sentada porque no podía caminar. Le dije que iba a pedir un médico, pero ella no quería porque estaba sucia. Claro, imagínese 32 días en un sótano, pobrecita”. Alejandro fue detenido en el momento, bajo la mirada atónita de su novia, como así también su madre –la jueza recalcó su actitud totalmente indiferente– y la mayor de sus hermanas, Silvia; la menor Adriana fue derivada, por la jueza [7]  a la casa de unos tíos con quienes estuvo bajo tutela hasta la liberación de su madre.







Imágenes del calabozo tomadas durante
el allamiento policial.








DESARROLLO DE LAS   INVESTIGACIONES

La noticia de los arrestos ocupó la primera plana de todos los diarios del país. Alejandro tuvo un fuerte respaldo de sus compañeros del CASI y su defensa legal, en un principio, fue ejercida por abogados que eran también socios del club: Esteban Vergara y Florencio Varela, legendario jugador del CASI, ex Secretario del Menor durante la dictadura del Gral. Juan C. Onganía.

Tanto el padre como el hijo negaban absolutamente estar involucrados en el secuestro de la Sra. Bollini (¡la habían encontrado en su casa!). En el caso de Alejandro no pudo probarse su participación en los dos últimos secuestros (Naum y Bollini) pero es algo casi imposible que no estuviera enterado del cautiverio de la Sra. de Prado en su propia casa.

Fernández Laborda yendo a declarar.
Los interrogatorios fueron intensos pero ni el padre ni el hijo asumían ningún tipo de responsabilidad; como típico psicópata que fue, Arquímedes Puccio repetía incesantemente que “le habían hecho una cama”; Alex mantenía incólumne su inocencia. Pero, finalmente, Fernández Laborda se quebró: no sólo dijo que actuaron bajo el dominio absoluto de Arquímedes, sino que inculpó a Roberto Díaz, el Cnel. (R) Franco, a Roberto Contepomi –quien fuera el “entregador” de Eduardo Aulet– y al albañil Herculiano Vilca. Asimismo declaró en forma totalmente afirmativa que fue Alejandro Puccio quien participó del secuestro de Manoukian, al servir de señuelo para secuestrarlo y que en el caso de Aulet (a quien también conocía por las reuniones sociales de los diferentes clubes), si bien no participó activamente en el secuestro, la víctima estuvo encerrada en un armario al lado de su cuarto, para ser asesinado al día siguiente.

Detención de Díaz.

De inmediato se ordenó la captura de Díaz, Vilca, Contepomi y el Cnel. Franco; el primero corroboró todo lo dicho por Fernández Laborda. En cuanto al rol cumplido por Daniel Puccio, ambos dijeron que participó en el secuestro de Bollini de Prado, además de ayudar a mantenerla en cautiverio.






Daniel Puccio llevado a los tribunales.

En lo referido a los asesinatos, siempre bajo las estrictas órdenes de Arquímedes Puccio, Fernández Laborda confesó haber hecho dos de los disparos a Ricardo Manoukian (el tercero lo hizo Díaz) y también los que dieron muerte a Eduardo Aulet y a Emilio Naum durante el forcejeo; en este último caso el arma utilizada le fue facilitada por el Cnel. (R) Franco. Con el pasar de los años, y como narrara, ambos implicaron en los asesinatos a Arquímedes y a su hijo: Díaz a Alejandro en el homicidio de Manoukian, y Fernández Laborda señaló al padre como el que efectuara el disparo mortal a Emilio Naum. Estas declaraciones fueron hechas al periodista Palacios y constan en su libro... pero en las realizadas en sede judicial ambos se implicaron a sí mismos. Me remito a lo dicho respecto de las declaraciones realizadas por convictos “para libros y/o películas”.

A partir de ese momento, todo se derrumbó para los Puccio –padre e hijo–; los abogados de Alex renunciaron a su defensa y sus compañeros del club estaban desolados e indignados por las noticias de quien consideraban hasta ese momento un excelente compañero.

Detención de Alejandro Puccio.


La declaración de Contepomi selló su destino como partícipe activo de la banda delictiva, al referirse al secuestro de Aulet: “Alejandro abrió el portón” y lo llamó “el portero del infierno”.














Alejandro Puccio es retirado luego de intento de suicidio
en el Palacio de Tribunales.
Este “abandono social” [8] que sufrió Alex cuando se descubrieron sus mentiras lo afectó severamente; el 8/11/85, mientras era llevado al despacho del juez Grieben [9], esposado a la espalda, como era un joven de reflejos rápidos y muy veloz –lo que lo había hecho sobresalir en el deporte–, logró zafarse de su único custodio y se arrojó desde el 5º piso del Palacio de los Tribunales. Puccio voló hasta estrellarse contra el techo de chapa de la cabina para el pago del impuesto de sellos, ubicada en la planta baja. El impacto resonó como una bomba y muchos de los que estaban en Tribunales corrieron a refugiarse tras las columnas cercanas [10].  Alejandro, en un charco de sangre, convulsionaba sin parar sobre el techo de aluminio y se buscó una escalera para poder bajarlo; luego se quitó una puerta de la Intendencia, que sirvió de camilla, y una ambulancia lo llevó al Hospital Fernández. Sufrió gravísimas heridas pero sobrevivió; aunque las convulsiones y diversas secuelas lo acompañarían el resto de su vida.


Epifanía Ángeles Calvo, esposa de Arquímedes y madre de los hermanos Puccio, pasó dos años detenida, pero fue liberada en octubre de 1987; procesada, pero nunca fue condenada, la Cámara de Apelaciones consideró que no había suficientes pruebas contra ella. Dejó de vivir en San Isidro pero hace unos meses alquiló la casona a una imprenta y taller de serigrafía, previa firma de una estricta cláusula de confidencialidad y prohibición absoluta de permitir el acceso a la casa del periodismo, lo que conllevaría al desalojo inmediato del inmueble.

Silvia Inés Puccio, la mayor de las hijas, sólo estuvo detenida por poco tiempo. Ella estudiaba Bellas Artes y tenía un taller de cerámica con una monja. Según los dichos de la jueza Servini de Cubría: “Un día me puse a charlar con la monja y le pregunté: ¿Silvia bajaba al sótano?”Sí, me respondió. Pero la declaración oficial fue recién al día siguiente. Se le hizo la misma pregunta y dijo que no. Eso la salvó”. Silvia, que tuvo dos hijos –aunque nunca trascendió que se hubiera casado–, falleció de cáncer en 2011.

Los dos hermanos menores, Guillermo y Adriana, quien tenía 14 años en el momento de la captura de “El Clan Puccio”) ni siquiera fueron acusados: el primero por estar fuera del país desde hacía un par de años; en cuanto a Adriana, la jueza consideró que, durante el período criminal de la banda, era muy pequeña como para saber qué pasaba en su casa. Según una revista argentina [11] que logró localizarla, se cambió el apellido y vive con absoluto bajo perfil, al parecer, con su madre octogenaria. A lo largo de su vida trabajó como empleada en una editorial, en un banco y hoy se desempeña en un negocio naviero.

PROCESOS Y CONDENAS


Una vez terminados los respectivos procesos judiciales, en diciembre de 1987, las condenas fueron las siguientes: Arquímedes y Alejandro Puccio, a reclusión perpetua; Roberto Díaz, a igual pena, como coautor de homicidio calificado de Eduardo Aulet en concurso ideal con secuestro extorsivo y, como el resto, por el delito de asociación ilícita [12]; Fernández Laborda, a la misma pena, por los homicidios de Manoukian, Aulet y Naum; el Cnel. Franco, también a reclusión perpetua no sólo por su participación activa en la asociación ilícita sino también por haber facilitado su arma para el asesinato de Emilio Naum y Gustavo Contepomi, a igual pena, por ser partícipe necesario del secuestro extorsivo seguido de muerte de Eduardo Aulet  ; Daniel Puccio fue condenado a 13 años –aquí es notoria la falta de evidencia en cuanto a su participación en los secuestros y asesinatos de Manoukian, Aulet y Naum, lo que también coindice con su estadía fuera del pais, y Herculiano Vilca, a 10 años de prisión. Las condenas fueron ratificadas por la Cámara de Apelaciones.

Pero Daniel nunca la cumplió pues fue excarcelado[13], luego de dos años en prisión sin condena firme; al salir se fugó del país y sólo regresó, luego de extinguida la condena (12 años), para solicitar los documentos que así lo acreditaran y volvió a desaparecer. Se rumorea que reside en Brasil y, también que se llevó consigo –en el momento de la fuga– una incierta cantidad de dinero que estaba escondida en algún lugar de la casa.

En cuanto a Contepomi y Franco, ambos murieron: el primero, en la cárcel a los 70 años, el 3/8/94 y el segundo, a los 84. Es importante señalar que la decisión judicial que le otorgó a Franco su arresto domiciliario pasó inadvertida y el 18/7/98 fue trasladado a su casa para cumplir prisión domiciliaria hasta su muerte.






[1] Extraído del libro que, luego, escribiera Alicia Betti cit. en la Bibliografía general, al final del artículo.

[2] Eduardo Aulet luego fue “ubicado”, como relatara, dentro de un armario frente al cuarto de Alejandro Puccio.

[3] En el momento en que eran llevados a cabo los secuestros, a plena luz del día, su esposa e hijos menores estaban en el colegio o bien Arquímedes enviaba “de compras” a su esposa e hijas y, una vez al menos –seguramente después del asesinato del joven Manoukian y el cobro de su rescate–, a Europa; mientras tanto, Guillermo continuaba en la casa con sus estudios y su vida deportiva. Asimismo creo que es importante señalar para establecer, en forma aproximada, la época en que Guillermo se fue de la casa, que luego del secuestro de Aulet, el muchacho había cumplido sus 21 años, en ese entonces edad en la que se adquiría la mayoría de edad en nuestro país. Por ello –y quizás con algún temor de que su padre se negara a darle el consentimiento para viajar al exterior– 1984 es, casi con certeza, el momento en que el hijo menor de Puccio dejó su casa, al cumplir la edad requerida para viajar con total libertad.

[4] Ver nota Rev. "Gente" cit, en Bibliografía general.

[5] Según los dichos de Díaz a Palacios: “Yo estaba en la agencia de autos de [Alberto J.] Armando, en Carabobo al 300, en Flores. Y al lugar venía el secretario de los Bollini (...). Venía a hacer reparaciones. Y (...) habló de la plata que tenía [la mujer], del vínculo de sus hijos con los milicos, de los desaparecidos (...). En Independencia y Colombres tenían una oficina. Con Puccio y la banda íbamos a comer a la vuelta para hacer inteligencia. La idea de Puccio era matar a Bollini pero no lo hizo. La mujer hubiese corrido la misma suerte que el resto.” En sus delirios Puccio les dijo que ella había tenido vínculos con la dictadura y que se había encargado de sepultar a los desaparecidos en fosas comunes. Lo cierto es que Arquímedes sí tenía negocios poco claros con el Sr. Armando (también presidente del Club Boca Juniors) y llevaba su auto a reparar a una de sus muchas concesionarias desde hacía tiempo (extraído del libro de Rodolfo Palacios).

[6]  En ese entonces era Jueza Nacional de Menores, pero el caso llegó a sus manos pues subrogaba al juzgado donde se radicó el secuestro de Bollini de Prado, que estaba vacante. En 1990 fue puesta a cargo del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Nº 1, con competencia electoral. Actualmente tiene a su cargo el Juzgado Criminal y Correccional Federal Nº 1.

[7] Ver nota anterior.

[8] El CASI tenía que jugar la final del campeonato local y Alex estaba preso; al club llegó la versión de la banda de secuestradores pero nadie la creyó. Intuyeron que cuando se aclarara todo, Alejandro volvería a ser ese wing rápido, liviano y escurridizo que todos conocían. Pero el partido se jugó sin él y el club coronó tres títulos en cinco años ¿Cómo se podía celebrar con un compañero “injustamente” preso? Se decidió esperarlo, puesto que él también había sido parte del equipo campeón y merecía sumarse al festejo. Pero eso nunca ocurrió; pasaron los días y empezaron a aceptar la realidad: Alex formaba parte de una banda de secuestradores y asesinos; y, lo peor de todo era que, entre sus víctimas, había amigos y/o compañeros suyos.

[9] Fueron diferentes los jueces que actuaron en este caso pues los secuestros no fueron vinculados en un principio y los restos de Eduardo Aulet fueron hallados recién en 1987, como relatara.

[10] Quien suscribe este artículo se hallaba presente en ese momento, abonando tasas judiciales.

[11] Rev. “Noticias”; parte de su nota sobre “El Clan Puccio” fue trascripta en el diario “Infobae”, el 30/8/15 (www.infobae.com).

[12] Al borde de la fosa que excavó el albañil Vilca, fue él quien disparó “el tiro de gracia”contra Eduardo Aulet y confesó ser el “entregador” de la Sra. Bollini de Prado.

[13] La misma Cámara de Apelaciones que decidió la liberación de su madre por falta de evidencia en su contra.

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