La "Masacre de McDonaldʾs” 18/7/84

 James Oliver Huberty (1942-1984) había nacido en Canton, Ohio; a los tres años, contrajo poliomielitis y, a pesar de haber tenido una buena recuperación, la enfermedad le dejó, como secuela, dificultades en su caminar. En 1949, su padre compró una granja en el Pennsylvania Amish Country[1] (“País Amish en Pennsylvania”), pero su madre se rehusó, tenazmente, a vivir con dicha colectividad y pronto abandonó a su familia, para predicar su culto –Bautista del Sur– en las calles. Es altamente probable que este “abandono” de su madre pudo haber dejado huellas muy profundas en el joven James, el cual se convirtió en un ser hosco y aislado.

En 1962, Huberty concurrió al colegio local de la comunidad jesuita, donde se graduó en Sociología; luego recibiría una licencia para realizar embalsamamientos en el Instituto de Ciencias Mortuorias de Pittsburg, Pennsylvania. Durante este último período, conoció a quien sería su esposa, Etna, con la que se casó en julio de 1965 y tuvieron dos niñas: Zelia y Cassandra. La familia se asentó en Massillon, Ohio, donde James trabajaba en una empresa funeraria. En 1971, volvieron a Canton, a raíz del incendio de su casa, y Huberty consiguió un empleo como oficial soldador.
Fue precisamente en Canton, donde él y su esposa comenzaron a tener un comportamiento violento, tanto entre ellos como hacia otras personas. Fue posible recabar información acerca de varios incidentes acaecidos en ese entonces: durante la fiesta de cumpleaños de la hija de un vecino, Etna instruyó a su hija Zelia para que golpeara a una compañera de clases, y más aún, en la discusión con la madre de la niña atacada, Etna la amenazó con una pistola calibre .9 mm. En otro momento, James disparó a su propio perro en la cabeza, ante la queja de un vecino de que el animal había dañado su auto. Era un apasionado por las armas y poseía, en su casa, un verdadero arsenal.
En relación directa con lo expuesto, la violencia doméstica era frecuente en el hogar de los Huberty. Etna había denunciado a James ante el Departamento de Servicios a Niños y Familias de Canton por haberle dislocado la mandíbula. Los vecinos declararon, por su parte, que Etna era alcohólica y, en ese estado, se ponía muy agresiva, y había llegado, incluso, a atacar físicamente a su esposo; un nuevo caso de “el uno para el otro”.
Asimismo, y como resultado de un accidente en motocicleta, Huberty sufría de una contracción incontrolable que afectaba su brazo derecho, lo que le hizo imposible seguir en su trabajo como oficial soldador. En enero de 1984, la familia Huberty se estableció en Tijuana, México, pero sólo por un breve lapso, pues James no hablaba español y se le hizo muy difícil su estadía en esta ciudad. Se barajaron algunas hipótesis sobre este hecho, que apuntaban al desarrollo de su ira hacia los mexicanos, “porque no entendía su idioma”. Dejaron dicha ciudad mexicana, para asentarse en la comunidad de San Ysidro, situada en la ciudad de San Diego (la cual es fronteriza con México y opuesta a Tijuana), en California. James halló trabajo como guardia de seguridad, pero sólo duró unos pocos meses y fue despedido dos semanas antes de que perpetrara la masacre. Como dato adicional: su departamento estaba a sólo tres cuadras del McDonald’s atacado.

Un día antes de aquel fatídico 18 de julio de 1984, Huberty había llamado por teléfono al centro de salud mental zonal, según algunas fuentes, a pedido de su esposa. La persona que recibió el llamado cometió un error al escribir el apellido, asentándolo como “Shouberty”, y además, como él no dijo que se trataba de una emergencia inmediata, le contestaron que podían darle turno para la semana próxima; Huberty colgó el auricular.

En la mañana de aquel día, él y su familia habían concurrido al famoso Zoológico de San Diego y almorzaron en el local de McDonald’s, situado en el vecindario de Clairemont, al norte de la ciudad. Al final de la comida, volvieron a su residencia; pero, luego de un breve lapso, Huberty decidió salir; cuando su esposa le preguntó hacia dónde iba, él le respondió que iba a “cazar humanos”; asimismo, más temprano en la mañana, le había comentado a Etna: “la sociedad tuvo su oportunidad”. Al ser interrogada por la policía, luego del evento, ella no pudo dar explicación alguna acerca de por qué no había reportado este comportamiento bizarro en su esposo, y negó haberlo visto salir armado. Si tenemos en cuenta el clima “especial” que se vivía dentro del matrimonio Huberty, no resulta extraño que Etna haya pasado por alto estos comentarios.

Luego de dejar a su familia, Huberty fue hacia el bulevar San Ysidro, y fue visto por un testigo, el cual al notar que portaba dos armas de fuego, lo reportó de inmediato a la policía. Pero, nuevamente, un error, trastocaría las cosas; el oficial que recibió la llamada, dio el aviso enseguida, pero… con una dirección incorrecta. Inicialmente, a las 3.15 pm, las fuerzas del orden y las dotaciones de emergencias respondieron al restaurante de la misma firma, pero, a causa del error del oficial recepcionista, concurrieron al que se encuentra situado en la frontera internacional de EE.UU. con México (Tijuana), y 15 minutos después, cambiaron la dirección, después de saber que el tiroteo se estaba llevando a cabo en el McDonald’s cercano a la oficina postal, a unas dos millas (3.2 km) de distancia.

Los tiroteos comenzaron a las 3.40 pm., y tuvieron una duración de 77 minutos. Huberty utilizó un fusil Uzi calibre .9 mm., como arma principal, un rifle Winchester y una pistola Browning HP, también .9 mm.; asesinó a 21 personas e hirió a otras 19.
Las víctimas eran mexicanos o méxico-americanos, con un rango de edad desde los ocho hasta los 74 años. Huberty había disparado 257 balas, antes de que un francotirador del equipo SWAT lo abatiera, desde la azotea de un local lindero al restaurante.
Aunque Huberty gritaba, durante la masacre: “He matado a miles y mataré a miles más”; otros testigos declararon que lo que gritaba era que había matado a “miles en la guerra de Vietnam”, pero él no había servido en fuerza militar alguna y, mucho menos, había combatido en Vietnam. Dijeron que se mostraba totalmente desquiciado; caminaba entre los cuerpos caídos, diciendo: “Vengan, compren sus hamburguesas que ya tienen ketchup”. Un testigo declaró que el atacante, previamente, había estado mirando hacia un supermercado y luego, hacia la oficina postal. Se especuló, luego, que el restaurante le resultó un “mejor” objetivo, teniendo en cuenta su aversión a los mexicanos, puesto que allí encontraba mayor cantidad de público de estas características.

Dado el número de víctimas fatales, las empresas funerarias tuvieron que usar el Centro Cívico de San Ysidro para poder llevar a cabo sus servicios, en tanto la parroquia local tuvo que “dar turnos” para poder brindar el último adiós a las víctimas.
Randall Bell, el economista y consultor, que investigara la “Masacre de McDonald’s”, al ser consultado por un evento similar, dice en su libro Strategy 360: “McDonald’s donó el terreno a la ciudad y una noche, a las 22.00 hs., destruyó el edificio. A la mañana siguiente, sólo había polvo y dos palmeras. Luego McDonald’s adquirió otro terreno en la ciudad y construyó otro restaurante que aún perdura hasta estos días”.
En el terreno donado a la ciudad, se estableció un Centro Educacional, el cual forma parte de la Comunidad Educativa del Sudoeste; este lugar fue construido en 1988 como una expansión de sus campos deportivos. En su frente, se erigió un monumento en memoria de las víctimas, que consiste en 21 pilares de granito hexagonales, con una altura que va de uno a seis pies (de 1,83 a 2,33 m, aprox.), diseñado por Roberto Valdés. Cada aniversario, el monumento es decorado con flores y, durante la festividad mexicana del “Día de los Muertos”, velas y ofrendas son traídas a nombre de las víctimas.
En 1986, Etna Huberty demandó a McDonald’s y a Babcock & Wilcox, antiguo empleador de James, en una Corte estatal de Ohio por U$S 5 millones, argumentando que la masacre fue disparada por la combinación de la comida de dicha cadena de restaurantes y el trabajo de soldador de su esposo, el cual lo exponía a metales venenosos. Ella alegaba que el glutamato monosódico en la comida, combinado con los grandes niveles de plomo y cadmio absorbidos por el cuerpo de Huberty, le inducía a depresiones, delirios y a una incontrolable rabia. La demanda fue desestimada, pues la autopsia del cuerpo del atacante, si bien reveló altos niveles de estos metales, estos fueron inhalados durante los 14 años en que fue oficial soldador. La autopsia también reveló que no había rastros ni de drogas ni de alcohol en el momento de los asesinatos; pero nada se dijo acerca del probable efecto acumulativo de dichos metales perniciosos y si existía alguna relación con el glutamato monosódico.
Con posterioridad, en 1994, algunos medios periodísticos afirmaron que este evento fue la base de una de las escenas de la película Un día de furia, dirigida por Joel Schumacher y protagonizada por el actor Michael Douglas. En mi opinión, afirmo que no es así, por la sencilla razón de que el personaje de la película enfurece cuando, al ingresar a una hamburguesería, solicita un desayuno y le dicen que “había pasado la hora del desayuno y sólo servían almuerzos” (unos pocos minutos) y, si bien estaba armado, sólo se le escaparon unos disparos hacia el techo, sin llegar a dañar a persona alguna. Entonces, el único punto coincidente es el lugar en donde se llevaron a cabo ambos hechos (el real y el cinematográfico): una hamburguesería. Otra acotación que puede hacerse es que, si bien no se utilizan apodos para los asesinos en masa[2] –los que sí usa y “crea” la prensa para algunos eventos de asesinatos múltiples, como ser “La Masacre de McDonald’s”, o “La Matanza de Port Arthur”–, y en casi todos los casos de asesinos seriales, Huberty es el único que integra el lamentable listado con el apodo de McMurder.



[1] Dentro del movimiento menonita, los Amish, son un grupo de ideas radicales, o sea, muy estrictos con sus creencias  bíblicas, las cuales aplican hasta límites insospechados, aferrándose al pasado, las costumbres y tradiciones, y en contra del progreso. El creador de este sector dentro de dicho movimiento fue el obispo menonita suizo Jacobo Ammann, que impulsó la creación de la Iglesia de la Vieja Orden Amish, en el siglo XVIII. Se asentaron especialmente en Estados Unidos –Ohio y Pennsylvania–, y en Canadá –Ontario–, reuniendo un total de 200.000 personas repartidas en 22  colonias. Viven en granjas sin tecnología ni luz eléctrica, siendo su vida esencialmente agrícola. No poseen autos, computadoras o teléfonos; visten como los campesinos del siglo XVII europeo, y no aceptan que sus hijos reciban la escolaridad media, comenzando, desde muy pequeños, a trabajar en tareas agrícolas, algunas muy exigentes para su corta edad. No les está permitido integrar el ejército, pues condenan la guerra, e incluso algunas comunidades Amish no permiten a sus integrantes colocar botones en sus prendas, pues hacen alusión a las ropas militares. Lo mismo ocurre con el uso de bigotes que está prohibido por su simbología militar; la barba, en cambio, es símbolo de madurez, y la usan los ya bautizados, en algunas comunidades y, en otras, los casados. Las mujeres usan faldas, cubiertas con un delantal, el cabello largo recogido, llevan la cabeza cubierta con una cofia de color blanco y ningún tipo de joya. Utilizan como fuentes energéticas el agua, el viento y el gasoil.
[2] Esto sí se hace en España, en el caso de los asesinos de familia (“El Asesino de la Katana”; “El Parricida de Elche”; “La Envenenadora de Melilla”, sean considerados como asesinos de masas  o no como en el caso de “La Parricida de Santomera”.

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