Por Dra. Susana P. García Roversi - Buenos Aires - Argentina
Bonnie & Clyde |
Se podría seguir con este tema de la “locura
compartida”en los casos de parejas heterosexuales y unidas en forma sentimental. Sólo he tomado algunos casos flagrantes, pero hay muchos más: Raymond Fernández & Martha Beck (Nueva York,
1947-49); Gerald & Charlene Gallego (California, EE.UU, 1978-89); Douglas
Clark & Carol Bundy[1] (California, EE.UU, 1980); Catherine y David Birnie (Perth, Australia,
1986); David Parker Ray y Cindy Hendy (New Mexico, EE.UU., 1999); en algunos casos, las mujeres se ocupaban de la “provisión” de las futuras víctimas de sus
parejas; en otros, su participación fue tan activa como la de ellos.
Starkweather & Fugate |
Tampoco cabría circunscribirse a los casos de asesinos seriales, pues también ha habido casos de parejas criminales con una sola víctima y no siempre secuestro seguido de homicidio, sino de privación ilegítima de la libertad, esclavitud y abusos tanto físicos como psicológicos, en forma reiterada (Janice & Cameron Hooker; Phillip & Nancy Garrido y, en Argentina, Jesús Olivera y Estefanía Heit en 2014); robos a bancos y asesinatos (Bonnie Parker & Clyde Barrow), y/o el controvertido caso del asesino Charles Stakweather y su "novia" Caril Fugate), por nombrar algunos.
En todos estos casos se encuentran mujeres dominadas, como Cindy
Hendy (actualmente sigue manteniendo su inocencia, a pesar de su condena a 36
años de prisión en 2001, pues se considera también “víctima” de Parker Ray,
porque todo lo hizo por miedo a que a ella le pasara lo mismo si no le traía
mujeres) [2] o Myra Hindley; otras dominantes, como Rosemary West, y otras que
argumentaron ser dominadas, no obstante lo cual todo pareció apuntar a
conseguir un acuerdo con la Fiscalía, como Karla Homolka. Pero, lo que no deja
lugar a dudas, es que siempre fueron conscientes voluntarias en su accionar
criminal, marcado, casi indefectiblemente, por la letalidad en manos de su
pareja o de ellas mismas.
Igualmente y para no dejar lagunas en el tema, también hubo casos de “folie à deux” en parejas sentimentales homosexuales, como los casos de Thierry Paulin[3], “El Monstruo de Montmatre” & Jean-Thierry Mathurin, en Francia, y Gwendolyn Graham & Catherine Wood, en EE.UU; los casos de “socios” que asesinaban juntos o por separado como Henry Lee Lucas y Ottis Toole, o Wesley Shermantine, & Loren Herzog; los que lo hacen siempre en pareja como Leonard Lake & Charles Ng en EE.UU., y Abel Wolfgang Abel & Mario Furlan, en Italia, por nombrar algunos.
Un caso curioso se presenta con los primos –por adopción– Kenneth
Bianchi & Angelo Buono (ver foto), los cuales en un principio se pensó que
eran un solo asesino y se los apodó “El Estrangulador de Hillside”, el cual
continúa siendo así conocido hasta la fecha. Ambos actuaron juntos,
secuestrando, torturando y asesinando un total de 9 mujeres jóvenes y una niña
de 12 años, en Los Angeles, California, en 1977-78. A pesar de que Buono tenía
un fuerte temperamento y era abusador consuetudinario, fue él quien decidió
poner fin a la “sociedad”, al enterarse que Bianchi quería entrar a trabajar en
la policía (aunque luego fue rechazado). Sin embargo, en 1979, el que vuelve a
matar, esta vez a dos muchachas, es precisamente Bianchi y fue allí cuando fue
capturado. Para salvarse de la pena de muerte, delató a su primo quien fue
inmediatamente detenido, y acusándolo de haberlo “obligado” a matar.
Christopher Berry-Dee se pregunta si, en el fondo, era realmente así y teniendo
en cuenta la continuidad en Bianchi, desestima por completo que Buono fuera la
personalidad dominante, aunque no niega que era quien planificaba cómo llevar a
cabo los crímenes. Al separarse de Bianchi, cesó por completo en el accionar
criminal y volvió a su vida de pintor de autos, muy afamado en Hollywood, pues
entre sus clientes se encontraban Frank Sinatra, Dean Martin, Lana Turner, entre otras
celebridades, como si “nada hubiera pasado”.
Bianchi, por el contrario, continuó con su conducta criminal, que lo
llevó a su final. Pero hay más. Estando encarcelado y mientras se llevaba a
cabo el juicio contra Buono, Bianchi accedió a que una atractiva modelo y
principiante escritora, Veronica Compton (ver foto), le hiciera una entrevista,
para poder perfilar mejor su personaje de ficción, “El Asesino Mutilador”. Como
un típico psicópata, se mostró encantador y ella se enamoró perdidamente de
él... a punto tal que, que siguiendo un plan diseñado por Bianchi, viajó a
Seattle y luego se dirigió a Bellingham, en el estado de Washington, dejando a
su paso una serie de rastros indubitables, como recibos de gastos por
habitaciones en moteles o en estaciones de combustible que abonaba con la
tarjeta de crédito de Bianchi. Por último, atrajo a una joven, con promesas de
drogas e intentó asesinarla, siguiendo el MO de “El Estrangulador de Hillside”.
Pero no tuvo suerte, la joven era experta en artes marciales; no sólo logró
escapar, sino que le propinó fuertes golpes e hizo la denuncia policial.
En su arresto, Verónica confesó que estaba completamente enamorada de
Bianchi y convencida de su inocencia, por eso había seguido sus órdenes para
que él fuera exculpado de los dos últimos crímenes y sólo le hubiera cabido una
menor condena, debido al trato que había realizado con la Fiscalía para ser el
principal testigo en contra de su primo. Ella, por su parte, fue juzgada y
condenada a cadena perpetua por intento de asesinato, además fue llamada a
prestar declaración en el juicio de Bianchi y Buono. Hervía de rabia y
resentimiento porque Bianchi había dejado de interesarse por ella; su
testimonio destiló un sabor a venganza. Pero después de admitir que una vez
tuvo la intención de poner un negocio de depósitos de cadáveres y dedicarse a
la necrofilia, el jurado no le prestó atención. Ya en prisión, Compton inició
una relación epistolar con Douglas Clark (sí, el que una vez fue pareja, como
cité anteriormente, de Carol Bundy); en sus cartas hablaban sobre mutilación y
asesinato en serie. Verónica Compton escapó de prisión el 27/7/88; fue
recapturada y en la cárcel conoció a un profesor, con quien comenzó una
relación y quedó embarazada; se le otorgó la libertad condicional en 2003.
A
partir de allí, escribió sus memorias –“Comiendo las cenizas” – e impartía
conferencias. Se casó con el padre de su hijo y siempre afirmó públicamente
haberse reformado; asimismo publicó otros libros bajo el nombre de Verónica
Compton-Wallace.
Coincido nuevamente con Berry-Dee en que la “mente maestra” –aunque
algo chapucera– y dominante era Bianchi, y Buono accedía pues daba rienda
suelta a sus sádicos placeres y tomaba las precauciones necesarias para no ser
atrapado. De no haberse encontrado, Buono seguramente hubiera seguido con su
conducta abusiva, pero nunca hubiera llegado al asesinato, de lo cual tampoco
se tiene certeza suficiente de que haya sido él... Sólo lo incriminó la
declaración de Bianchi [4].
NOTAS:
[1] A pesar de tener el mismo
apellido, no tiene relación familiar alguna con el infame Theodore Ted Bundy.
[2] La hija, Glenda Ray, quien antes que Hendy secuestraba mujeres para
su padre, sólo recibió recibió 9 años por secuestro en 2º grado; luego 6 fueron
suspendidos y tuvo que cumplir 5 de “probation”, a raíz de un arreglo que hiso
Parker Ray con la fiscalía a cambio de su declaración de culpabilidad.
[3] Thierry Paulin comenzó su “carrera” criminal en forma individual
(robos con violencia y arma blanca); luego se mudó a París y actuaba como
trasvestista en un cabaret muy renombrado el “Paradise Latin”; allì fue donde
conoció a su pareja Jean-Thierry Mathurin,
vendedor de drogas y adicto, y
para conseguir dinero asesinaban ancianas en la zona de Montmatre. Al romperse
el vínculo sentimental y separarse Paulin continuó con los asesinatos, mientras
que Mathurin cesó en ello. Luego de una 2ª oleada de ocho asesinatos, fue
capturado y confesó 21, aunque sólo se poseìa evidencia de 18, pero no llegó a
ser juzgado pues sucumbió ante los efectos del SIDA. De su confesión surgió el
nombre de Mathurin quien fue juzgdado y condenado a prisión de por vida por los
9 asesinatos anteriores.
[4] Berry-Dee, Christopher, “Shared Madness” (Locura compartida), John
Blake Publ., Londres, 2010, ps. 218 y 219.
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