¿Se puede resolver un asesinato sin ADN ni huellas y con una víctima “en partes” regadas por la ciudad? 1º Parte© por Dra. Susana P. García Roversi

Sí se puede en tanto y en cuanto los investigadores y las autoridades judiciales sean eficientes. Este caso ocurrió en Buenos Aires, Argentina, en 1894 y se resolvió tan sólo ¡¡¡dos años después!!!

I. El increíble caso del cartero descuartizado


  Cerca de la medianoche del 22/4/1894 el agente policial Jesús Ramírez de la comisaría 5°, durante su recorrida habitual del barrio céntrico de San Nicolás en  la ciudad de Buenos Aires hizo un hallazgo espantoso: “Cuando vi lo que contenía el paquete me quedé paralizado de terror y de 
Diario "La Nación" 9/5/1894
 repugnancia. Durante un largo rato me quedé sin habla, parado en la esquina sin saber qué hacer; recobrarme de esa impresión me costó meses y meses. Aun hoy, que pasaron ya 40 años, suelo acordarme con miedo de aquella noche. Pienso, ahora, que en aquel instante estuve a punto de volverme loco, de perder el juicio para siempre”. El diario “La Nación” del 23 de abril de ese año, informó: “En la noche del sábado 22 (...) una persona se acercó al agente (...) Jesús Ramírez que se hallaba de facción en la esquina de Montevideo y Cuyo [actualmente Sarmiento] y le hizo notar que enfrente de un edificio en construcción (...), a la mitad de cuadra, se encontraba bajo el cordón de la vereda un envoltorio que no sabía qué contendría. El agente, en compañía de dicha persona se dirigió a aquel sitio y [lo]  revisó (...) estaba formado de dos almohadas (...) un calzoncillo [prenda interior masculina], una funda de sofá, una camiseta y una revista de cocina y envuelto entre todos estos objetos con algunos trapos, algo que en los primeros momentos no supieron definir qué sería. El agente Ramírez tocó llamada de oficial y se puso a revisar aquel objeto que resultó ser la caja del cuerpo de un hombre, a la que le faltaba la cabeza, los brazos y las piernas, cortadas en sus nacimientos. El agente tocó aquel cuerpo, notando que aún se encontraba caliente, lo que demostraba que no hacía mucho tiempo que el crimen se había cometido”.


  El comisario a cargo de la seccional 5° se trasladó hasta el sitio del hallazgo, donde comprobó el macabro hallazgo. En un primer momento se supuso que sería una broma de estudiantes de medicina para asustar a la policía con un cadáver de estudio, pues era la zona por excelencia de alojamiento de dichos jóvenes y estas “bromas” eran comunes. Pero el agente Juárez insistió en que la temperatura del cuerpo indicaba su probable muerte reciente y el comisario procedió a informar Gral. Manuel J. Campos, quien en ese entonces detentaba cargo de Jefe de la Policía Federal.

II. Comienza la ardua investigación


  Los restos fueron trasladados a la comisaría (la Morgue Judicial entraría en funciones el 27/3/1908) con el fin de ser examinado por el médico legista, quien puso establecer que “se notaba en aquellos restos muy pocos rastros de sangre, lo que se explica porque el criminal ha tenido la precaución de ponerle al cuerpo, en las extremidades, sal gruesa y aserrín para evitar la salida de la sangre que podía ser un inconveniente al transportarlo al sitio donde lo ha dejado. El cuerpo no presentaba un solo rasguño, lo que hace suponer que la víctima ha sido degollada, procediendo después el o los criminales a la horrible operación de separar del tronco la cabeza, los brazos y las piernas” (mismo diario citado). Era evidente que de broma no tenía nada; era un terrible homicidio que captaría la atención pública por varios años.

  La persona que avisó al agente Ramírez fue el señor Eduardo Thwaites, a quien la prensa, tanto la seria como la amarillista, acosó a preguntas al hombre, el cual en sus primeras declaraciones dijo haber visto al asesino cuando se libraba del cuerpo. Un conocido folletinista de la época pudo extraerle ciertas declaraciones, que, si bien poseen alguno que otro detalle verídico, poseían, al decir de Cúneo y González, “almacenaban una fuerte dosis de imaginación febril”. Estos autores además recurrren al libro de Lorenzo Abdala, para citar expresamente dichas declaraciones: “Al llegar a la calle Montevideo —asegura— vi que la persona que iba delante mío por Corrientes, llevando a cuestas un pesado bulto, se detenía para observar cuidadosamente alrededor suyo. No debió haberme visto, ya que se alejó a toda carrera por Montevideo hacia Cuyo. Cuando llegó a mitad de cuadra tiró el paquete contra la tapia de zinc del edificio de los Spinetto y le aplicó después dos fuertes patadas, tras lo cual desanduvo su camino despaciosamente y mirando para atrás, a efectos de vigilar los movimientos del agente de policía que estaba en Cuyo y Montevideo. A mí me pareció extraño su proceder y me oculté en un zaguán para que el hombre, al pasar necesariamente por mi lado, pues yo lo había seguido con precaución, no me viera y se alertara. Aunque había poca luz pude distinguirlo perfectamente: era muy bajo y deforme, mediría apenas un metro y cincuenta; su cara estaba cubierta por una barba espesa y negra; la nariz aguileña se destacaba mucho de la cara y sus brazos eran larguísimos y las manos potentes. Vestía traje negro, pañuelo rojo al cuello y amplio sombrero de mosquetero”. Siguiendo a Cúneo y González, “esta fantástica filiación imaginada por Thwaites, pues más tarde se verificó que nunca había visto al asesino, corrió por toda la ciudad, aterrorizando al público y confundiendo a la policía, cuyos efectivos, esa misma noche, habían encontrado otros despojos del mismo cuerpo mutilado”.

  Según el periódico citado, a pocas horas y en la madrugada del día siguiente, otro comisario –esta vez de la sección 6ª–, mientras también hacía personalmente la recorrida de las calles, junto con un auxiliar “en la Avda. de Mayo, cuya oscuridad en la parte comprendida [entre las calles] Lorea [actualmente Luis Sáenz Peña]a Salta le hacía dedicar especial vigilancia. (...) [pero en] la cuadra comprendida entre San José y Santiago del Estero, (...) notaron (...), sobre el sitio destinado a vereda que mira al norte, un objeto que a la luz de la luna parecía una piedra grande. (...) El comisario se dirigió a aquel sitio y cuando llegaron se convencieron de que se trataba de una bolsa que contenía algo dentro. Como la boca de la bolsa se encontraba abierta por haberse desatado la cuerda que la sujetaba, el auxiliar Fuentes verificó enseguida [su] contenido (...), una mano con su correspondiente brazo”. Ya se sabía del horrible hallazgo a cargo de la sección 5° y “El comisario Zunini tomó un carruaje y acompañado del mencionado auxiliar se trasladó a [dicha sección] (...). En presencia del Jefe de Policía, del juez Dr. Gallegos y de otros funcionarios judiciales y policiales se procedió a inspeccionar el contenido de la bolsa. “Primero fue sacado un lío [una atadura] que contenía una mano con su brazo; éste estaba doblado y para que su rigidez no aumentara su volumen, se le habían hecho fuertes ligaduras con una cuerda. Probablemente había sido lavado para sacarle los vestigios de sangre que tuviera y después salado con sal gruesa. Como envoltura tenía un retazo de género blanco de hilo, de una sábana; sobre éste varios diarios del año 1893, sujetos también con una cuerda. Un segundo envoltorio que fue sacado estaba hecho de la misma forma y con la misma prolijidad. Contenía un muslo también salado que por haber pertenecido a un cuerpo robusto (...). En envoltorios iguales fueron descubriéndose los demás miembros. El otro brazo también estaba ligado con una cuerda y otro muslo se hallaba en igual forma que el anterior. Llegó el turno al envoltorio que contenía la pierna y el pie derechos. Fue desenvuelto, notándose la desarticulación del pie a la altura del tobillo para poderlo adaptar y ligarlo a la pierna, lo que demuestra que se trataba de reducirlo todo al menor volumen posible. El criminal, poco práctico para efectuar la desarticulación, ha pretendido primero hacer esta operación en la mitad del pie y la pierna izquierdos, arreglados en la misma forma, con la única diferencia que la desarticulación del pie ha sido hecha directamente en el tobillo, sin cortarlo en otra parte. Envuelta en algunos papeles fue encontrada dentro de la bolsa, otra bolsa que parece haber sido de sal, completamente bañada en sangre” (diario citado).

  Todos estos detalles publicados atrajeron una enorme atención popular y más aún por la falta de la cabeza de la víctima, lo cual hubiera facilitado su identificación. Es de aclarar que el reconocimiento por medio de las huellas digitales, desarrollado por el investigador antropólogo de la Policía de la Prov. de Buenos Aires Juan Vucetich, recién fue oficialmente adoptado el 9/11/1903. A tal punto llegó la investigación que la policía ordenó que se detuviera a todos los cocheros (se utilizaban carruajes tirados por caballos) para ser interrogados y sus vehículos, inspeccionados en busca de sal y/o aserrín. La policía, por el volumen de los “paquetes”, supuso que habían sido trasladados de dicha forma, aunque esto no arrojó ningún resultado positivo. El 30 de abril fueron citadas e interrogadas todas las planchadoras y lavanderas de la ciudad (unas 400 con autorización municipal y taller instalado) con el fin identificar las ropas halladas en los restos del cadáver de la víctima desconocida; tampoco se obtuvo resultados positivos, a pesar de que uno de los pañuelos hallados tenía las iniciales “J. P.”. Hasta ese momento la policía no tenía indicio alguno sobre la identidad de la víctima ni del victimario, pero como al torso le faltaban sus genitales, se supuso que podría tratarse de un crimen “sexual” y se investigaron a todos los homosexuales que tenían ficha policial. Nada.


  La Policía Federal argentina, en aquellos tiempos, se encontraba considerada entre las cinco mejores del mundo (¡vaya cambio que hemos experimentado!) y los funcionarios involucrados en este caso estaban al borde de la desesperación (¡Habían pasado sólo dos meses! Eso se llama Responsabilidad y Compromiso. (Culmina en la 2ª Parte.)

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